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martes, 29 de julio de 2014

10 contra 10

Por supuesto que antes que nada están los 10 mandamientos de Dios revelados a Moisés, pero como en esta época estamos dados a mostrar los 10 de todo, presento los 10 consejos de P Francisco para ser feliz, y más abajo los 10 consejos de PE Benedicto  XVI dados a la juventud en una JMJ en 2009. Cada quien saque sus propias conclusiones yo sólo doy la información.
 
“1- Viví y dejá vivir.
 “Acá los romanos tienen un dicho y podríamos tomarlo como un hilo para tirar de la fórmula esa que dice: ”Anda adelante y deja que la gente vaya adelante”. Viví y dejá vivir, es el primer paso de la paz y la felicidad”.
 
2- Darse a los demás.
 “Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta. Y el agua estancada es la primera que se corrompe”.
 
3- Moverse remansadamente.
“En Don Segundo Sombra hay una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. El protagonista. Dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lentamente remansado. Yo utilizaría esta imagen del poeta y novelista Ricardo Güiraldes, ese último adjetivo, remansado. La capacidad de moverse con benevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabiduría, son la memoria de su pueblo. Y un pueblo que no cuida a su ancianos no tiene futuro”.
 
4- Jugar con los chicos.
 “El consumismo nos lleva a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio, leer, disfrutar del arte. Ahora confieso poco, pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le preguntaba: “¿Cuántos hijos tenés? ¿Jugás con tus hijos?” Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando los hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo”.
 
5- Compartir los domingos con la familia.
 “El otro día, en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia”.
 
6- Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo.
“Hay que ser creativos con esta franja. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da llevar el pan a casa”.
 
7. Cuidar la naturaleza.
 “Hay que cuidar la creación y no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos”.
 
8. Olvidarse rápido de lo negativo.
 “La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima, es decir: yo me siento tan abajo que en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano”.
 
9. Respetar al que piensa distinto.
 “Podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: ”Yo dialogo contigo para convencerte”, no. Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”.
 
10. Buscar activamente la paz.
“Estamos viviendo en una época de mucha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa”.
 
 
 
 
1) Dialogar con Dios
«Alguno de vosotros podría tal vez identificarse con la descripción que Edith Stein hizo de su propia adolescencia, ella, que vivió después en el Carmelo de Colonia: «Había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar». Durante estos días podréis recobrar la experiencia vibrante de la oración como diálogo con Dios, del que sabemos que nos ama y al que, a la vez, queremos amar».
 
2) Contarle las penas y alegrías
«Abrid vuestro corazón a Dios. Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el «derecho a hablaros» durante estos días. Abrid las puertas de vuestra ibertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que él ilumine con su luz vuestra mente y toque con su gracia vuestro corazón.
 
3) No desconfiar de Cristo
«Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad.
Decid, con María, vuestro «sí» al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: «Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera».
Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo».
 
4) Estar alegres: querer ser santos
«Más allá de las vocaciones de especial consagración, está la vocación propia de todo bautizado: también es esta una vocación a aquel «alto grado» de la vida cristiana ordinaria que se expresa en la santidad.
Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia (...). La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad. Os invito a que os esforcéis estos días por servir sin reservas a Cristo, cueste lo que cueste. El encuentro con Jesucristo os permitirá gustar interiormente la alegría de su presencia viva y vivificante, para testimoniarla después en vuestro entorno».
 
5) Dios: tema de conversación con los amigos
«Son tantos nuestros compañeros que todavía no conocen el amor de Dios, o buscan llenarse el corazón con sucedáneos insignificantes. Por lo tanto, es urgente ser testigos del amor contemplado en Cristo. Queridos jóvenes, la Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás».
 
6) El domingo, ir a Misa
No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla. Ciertamente, para que de ella emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena!
Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es, en cambio, el mismo Dios viviente el que prepara una fiesta para nosotros. Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también el sacramento de la Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permite siempre iniciar de nuevo nuestra vida.
 
7) Demostrar que Dios no es triste
Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla. En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: ¡No es posible que la vida sea así! Verdaderamente no.
 
8) Conocer la fe
Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que nos indica el camino: Jesucristo. Tratemos nosotros mismos de conocerlo cada vez mejor para poder guiar también, de modo convincente, a los demás hacia él. Por esto es tan importante el amor a la sagrada Escritura y, en consecuencia, conocer la fe de la Iglesia que nos muestra el sentido de la Escritura.
 
9) Ayudar: ser útil
Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren los ojos. Entonces no nos adaptaremos más a seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sino que veremos dónde y cómo somos necesarios. Viviendo y actuando así nos daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás que preocuparse sólo de las comodidades que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que queréis comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá descubrir la estrella que como creyentes seguimos.
 
10) Leer la Biblia
El secreto para tener un «corazón que entienda» es formarse un corazón capaz de escuchar. Esto se consigue meditando sin cesar la palabra de Dios y permaneciendo enraizados en ella, mediante el esfuerzo de conocerla siempre mejor. Queridos jóvenes, os exhorto a adquirir intimidad con la Biblia, a tenerla a mano, para que sea para vosotros como una brújula que indica el camino a seguir. Leyéndola, aprenderéis a conocer a Cristo. San Jerónimo observa al respecto: «El desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo».

En resumen...

Construir la vida sobre Cristo, acogiendo con alegría la palabra y poniendo en práctica la doctrina: ¡he aquí, jóvenes del tercer milenio, cuál debe ser vuestro programa! Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nuestro tiempo y dispuestos a para difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mundo - aun sin saberlo - espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone de seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No tengáis miedo; fiaos de Él y no quedaréis decepcionados.
 
fuente: iglesia.org tradiciondigital.es

jueves, 29 de mayo de 2014

Jueves de la Ascensión

¿Y qué clase de solemnidad es la presente? ¡Grande y venerada, carísimos y que sobrepasa todo sentido y entendimiento humano y es digna de la munificencia de Dios que la instituyó. Porque hoy el género humano fue reconciliado con Dios; hoy la perpetua y larguísima guerra y enemistad quedó borrada y suprimida; hoy nos volvió una paz admirable y nunca jamás esperada. Porque ¿quién podía esperar que Dios se reconciliara con el hombre? Y esto no porque Dios sea inhumano, sino porque el siervo es tardo y perezoso: ¡No porque el Señor sea cruel y duro, sino porque el siervo es contumaz e ingrato!
...
Pero volvamos a lo que yo decía. De tan mala manera se portaba nuestro linaje anteriormente que estuvo en peligro de desaparecer de la tierra. Pues bien: nosotros, los que parecíamos indignos de vivir en la tierra, en este día hemos sido levantados al cielo. Los que no éramos dignos ni siquiera de mandar sobre la tierra, subimos al reino celeste allá arriba, entramos en el cielo y hemos obtenido un trono real y señorial. Y la naturaleza por culpa de la cual un querubín quedó guardando el paraíso, esa ahora se asienta sobre todos los querubines.
Mas ¿de qué manera admirable y excelsa sucedió esto? ¿De qué manera nosotros, que habíamos ofendido a una tan grande clemencia, y parecíamos indignos de vivir en la tierra, y habíamos caído de todo principado y honor aun terreno, hemos sido llevados a una tan excelsa altura? ¿Cómo se terminó esta guerra? ¿Cómo se aplacó esta ira? ¿Cómo? ¡Pues esto es lo admirable ! ¡que la paz se hizo provocándonos e invitándonos Dios, quien con todo derecho estaba irritado contra nosotros, a nosotros y no nosotros a El; nosotros los que con absoluta injusticia nos irritábamos contra El. ¡Somos embajadores de Cristo!, dice el apóstol, como si Dios exhortara por nuestro medio!
¿Qué es esto? El fue el ofendido con la injuria ¿y es El quien invita a la paz? ¡Así es la verdad! ¡como que El es Dios y por esto, como Padre benigno nos exhorta y anima! Pero observa cómo está este negocio: el Hijo es el mediador del que exhorta e invita, ¡y no es puro hombre, ni ángel, ni arcángel ni alguno de los servidores de Dios! Y ¿qué hace el Mediador? ¡Hace obra de Mediador! Porque así como cuando dos andan enemistados y no quieren ser reducidos a paz y mutua concordia, viniendo un tercero e interponiéndose, pone fin a las enemistades de ambos, así hizo Cristo. Airado estaba Dios con nosotros y nosotros estábamos apartados de El. Entonces Cristo, interponiéndose, reconcilió a ambas naturalezas.
 
San Juan Crisóstomo
Homilía sobre la Ascensión (fragmento)

lunes, 14 de octubre de 2013

Teresa de Jesús

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
nada te falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.

viernes, 11 de octubre de 2013

Imitatio Christi

10. Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo,
para llevar varonilmente la cruz de tu Señor crucificado por tu amor.
Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres;
y de verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas.
Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor
y de la tribulación de los males, sino sufrir.
Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo, y tener parte con El.
Remite a Dios las consolaciones, para que haga con ellas lo que más le agradaré.
Pero tú dispónte a sufrir las tribulaciones, y estímalas por grandes consuelos; porque no son condignas las pasiones de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.
 
11. Cuando llegares a tanto, que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien; porque hallaste el paraíso en la tierra.
Cuando te parece grave el padecer, y procuras huirlo, cree que te va mal, y dondequiera que fueres, te seguirá la tribulación.
12. Si te dispones para hacer lo que debes, es a saber, sufrir y morir,
luego te irá mejor, y hallarás paz.
Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad.
Yo (dice Jesús) le mostraré cuántas cosas le convendrán padecer por mi nombre.
Debes, pues, padecer, si quieres amar a Jesús, y servirle siempre.
13. ¡Ojalá que fueses digno de padecer algo por el nombre de Jesús!
¡Cuán grande gloria te resultaría! ¡Cuánta alegría a todos los Santos de Dios!
¡Cuánta edificación sería para el prójimo!
Todos alaban la paciencia, pero pocos quieren padecer.
Con razón debieras sufrir algo de buena gana por Cristo;
pues hay muchos que sufren graves cosas por el mundo.
14. Ten por cierto que te conviene morir viviendo;
y cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza vivir para Dios.
Ninguno es suficiente para comprender cosas celestiales,
si no se humilla a sufrir adversidades por Cristo.
No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más saludable,
que padecer de buena voluntad por Cristo.
Y si te diesen a escoger, más debieras desear padecer cosas adversas por Cristo,
que ser recreado con muchas consolaciones;
porque así le serías más semejante, y más conforme a todos los Santos.
No está, pues, nuestro merecimiento ni la perfección de nuestro estado en las muchas suavidades y consuelos, sino más bien en sufrir grandes penalidades y tribulaciones.
15. Porque si alguna cosa fuera mejor
y más útil para la salvación de los hombres que el padecer,
Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo.
Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos,
y a todos los que desean seguirle, a que lleven la cruz, y dice:
Si alguno quisiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Así que leídas y bien consideradas todas las cosas, sea esta la postrera conclusión:
Que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino de Dios.
 
Imitación de Cristo, Tomás de Kempis


martes, 8 de octubre de 2013

Oraciones para asistir a la Santa Misa

Muchas personas creen erróneamente que si  no saben latín, no pueden participar de la Misa, (se sobreentiende el rito tradicional) o no les va a aprovechar como quisieran. ¡Qué lejos de la verdad! Aquí unas oraciones para seguir la Misa y aprovechar devotamente y lo mejor posible el Santo Sacrificio y apartar para sí la mayor cantidad de gracias y bendiciones posibles.
 
Principio de la Misa.
   En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.   Amén.
   En vuestro santo nombre, oh adorable Trinidad, para rendiros el culto, adoración y honra que Os son debidos, asisto a este santo y augusto Sacrificio.
   Permitidme, divino Salvador, que una mi intención a la del ministro de vuestro altar para que pueda ofrecer la preciosa Víctima de mi salud, y dadme los sentimientos de que hubiera debido estar poseído en el Calvario, si hubiera asistido al Sacrificio sangriento de vuestra Pasión y de vuestra Muerte.
Confíteor.
     Lleno de rubor delante de Vos me acuso, Dios mío, de todos los pecados que he cometido.   Yo los detesto en presencia de María, la más pura de todas las Vírgenes, y la más Santa de todos los Santos, y la más glorificada entre todos los bienaventurados del Cielo: porque he pecado con pensamientos, palabras, acciones y omisiones, por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa.   Por lo cual ruego a la Santísima Virgen y a todos los Santos se dignen interceder por mí.
   Señor, escuchad favorablemente mi súplica y concededme la indulgencia y el perdón de todos mis pecados.
Kyrie, eléison.
   Divino Creador de nuestras almas, no desechéis la obra de vuestras manos.   Padre misericordioso, tened compasión de vuestros hijos.
   Autor de nuestra salud, sacrificado por nuestro amor, aplicadnos los méritos de vuestra muerte y de vuestra preciosa Sangre.
   ¡Amable Salvador, dulce Jesús, compadeceos de nuestras miserias, perdonad nuestras iniquidades!
 
Gloria in excélsis.
  Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.   Señor, os alabamos, os bendecimos, os adoramos, os glorificamos, y os damos gracias.
   Señor Dios, Rey de lo Cielos, Dios Padre omnipotente; Señor, Hijo unigénito Jesucristo; Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, que borráis los pecados del mundo, tened piedad de nosotros; Vos que quitáis los pecados del mundo, recibid benignamente nuestras súplicas: Vos que estáis sentado a la diestra de Dios Padre, tened misericordia de nosotros porque Vos solo sois Santo.   Solo vos sois Señor, solo Vos Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre.   Amén.
 
Oración.
 
   Concedednos, Señor, por la intercesión de la Santísima Virgen y de los Santos, que nosotros honramos, todas las gracias que vuestro ministro os pide para él y para nosotros.   Uniéndome a él, os dirijo la misma súplica por todos aquellos por quienes estoy obligado a pedir, para que a ellos y a mí nos concedáis todos los auxilios que Vos sabéis nos son necesarios, a fin de obtener la vida eterna, en el nombre de Jesucristo.   Amén.
Epístola.
  Mi Dios, Vos me habéis llamado al conocimiento de vuestra santa ley, prefiriéndome a tantos pueblos y naciones que viven en la ignorancia de vuestros sagrados misterios.   Yo acepto con todo mi corazón esta divina ley y escucho con respeto los sagrados oráculos que habéis pronunciado por boca de vuestros Profetas.   Yo los venero con toda la sumisión que es debida a la palabra de un Dios, y miro como inefable dicha el cumplimiento de todos ellos y me someto a los mismos con toda la alegría de mi corazón.
   ¡Que no posea yo, oh Dios mío, un corazón semejante al de vuestros Santos de la antigua Alianza! ¡Que no pueda yo suspirar hacia Vos con el ardor de los Patriarcas y conoceros y reverenciaros como los Profetas, amaros y unirme únicamente a Vos como los Apóstoles!
Evangelio.
   Ya no son, ¡oh mi Dios! Los Profetas ni los Apóstoles, quienes van a instruirme de mis obligaciones.   Es la palabra de vuestro Hijo único, que voy a oír.   Mas ¡ah! ¿de qué me servirá haber creído en vuestra palabra, Señor Jesús, si no obro conforme a mi fe? ¿De qué me servirá, cuando me presente delante de Vos, el haber profesado esta fe, sin el mérito de la caridad y de las buenas obras?
   Yo creo y vivo como si no creyera o cual si creyera en un evangelio contrario al vuestro.   No me juzguéis, oh Dios mío, sobre esta perpetua oposición que existe entre vuestras máximas y mi desdichada conducta.   Yo creo: inspiradme valor y energía para practicar lo mismo que creo.   Todo sea para vuestra gloria.
Credo.
Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, que creó el Cielo y la tierra y todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor nuestro, Jesucristo, Hijo único del Padre, antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de Dios verdadero; que no fue hecho sino engendrado; que es una misma sustancia con el Padre, y por quien todas las cosas han sido  hechas; que bajó de los Cielos para nuestra salvación; que habiendo tomado carne de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, fue hecho hombre; que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato; que padeció, murió y fue puesto en el sepulcro; que resucitó al tercer día según las Escrituras; que subió al Cielo; que está sentado a la diestra del Padre; que vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos, y que su reino no tendrá fin.
   Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dios vivificante, que procede del Padre y del Hijo; que es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo, y que habló por los Profetas.
   Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.
   Confieso un bautismo para la remisión de los pecados; espero la resurrección de los muertos y la vida eterna.   Amén.
Ofertorio.
   Padre eterno e infinitamente Santo, Dios todopoderoso, por indigno que sea yo de comparecer delante de Vos, me atrevo a presentaros esta Hostia por las manos del Sacerdote, con la intención que tuvo Jesucristo mi Salvador, cuando instituyó este Sacrificio y que aun tiene en este momento en que se sacrifica en este altar por mi amor.
   Yo os ofrezco esta Hostia para reconocer vuestro soberano dominio sobre todas las criaturas; os la ofrezco en expiación de mis pecados y en acción de gracias por los beneficios de que me habéis colmado.
   Yo os ofrezco, por fin, Dios mío, este augusto Sacrificio, al objeto de obtener de vuestra infinita bondad, para mí, para mi familia, para mis parientes, para mis bienhechores, mis amigos y enemigos, aquella preciosa e inestimable gracia, que no puede sernos concedida, sino por los méritos de aquél que es Justo por excelencia, y que se hizo Víctima de propiciación por todos los hombres.
   Mas ofreciéndoos esta adorable Víctima, os encomiendo ¡oh Dios mío! A toda la Iglesia católica, a nuestro Santísimo Padre, a nuestro Obispo diocesano, a los que nos gobiernan, y a todos los pueblos de la tierra, que en vos creen, o que pertenecen al gremio de la Santa Iglesia católica.
   Señor, acordaos también de los fieles difuntos, y por consideración a los méritos de vuestro amadísimo Hijo, dadles lugar de refrigerio, de luz y de paz.
   No olvidéis, Dios mío, a vuestros enemigos y los míos: tened piedad de todos los infieles, de los herejes y de todos los pecadores: colmad de bendiciones, os lo pido sinceramente, Dios mío, a aquellos que me persiguen, y perdonadme mis pecados, como yo les perdono de todo corazón, todo el daño que me quisieran ocasionar.   Amén.
Prefacio.
  Este es el feliz momento en que el Rey de los Ángeles y Señor de los Querubines va a presentarse.   Redentor mío, llenad mi pecho de vuestro espíritu, para que mi corazón, desarraigado de la tierra, no piense en otra cosa más que Vos solo.
   ¡Cuánta es mi obligación de alabaros y bendeciros en todo tiempo y en todo lugar, Dios de los Cielos y de la tierra, Señor y Padre infinitamente grande, omnipotente y eterno!
   Nada más justo, ni más provechoso para nosotros, que unirnos a Jesucristo para adoraros continuamente.   Por El todos los espíritus bienaventurados rinden sus alabanzas y adoraciones a vuestra Majestad, y por El todas las virtudes del Cielo, sobrecogidas de respetuosa admiración se unen para glorificaros.   Permitid, oh Señor, que nosotros juntemos nuestras lenguas a las de aquellas sagradas inteligencias, y que, tomando parte en los conciertos celestiales, digamos:
 
Sanctus.
  Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos.   Todo el universo está lleno de su gloria.
   Bendíganle los bienaventurados en el cielo.   Bendito sea el que viene a la tierra, Dios y Señor, como el que le envía.
 
Canon de la Santa Misa.
  Os pedimos encarecidamente en el nombre de Jesucristo vuestro Hijo, ¡oh Padre infinitamente misericordioso! Que tengáis por agradable y bendigáis la ofrenda que Os presentamos, a fin de que Os dignéis conservar, defender y gobernar vuestra santa Iglesia católica con todos los miembros que la componen, el Papa, nuestro Obispo, nuestro Soberano (o nuestro Presidente) y gobernantes, y generalmente todos aquellos que profesan vuestra santa fe.
   Os encomendamos en particular, oh Señor, a aquellos por quienes la justicia, la caridad y el reconocimiento nos imponen el deber de rezar por los mismos; a todos los que estén presentes a este adorable Sacrificio, y singularmente, a N. N.; y finalmente, oh gran Dios, para que nuestros cultos Os sean más agradables, nos unimos a la gloriosísima Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo; a todos los bienaventurados Mártires, y a todos los Santos y Santas del Paraíso celestial y a los Ángeles que rodean el augusto trono de vuestra gloria.
   ¡Venid, Señor Jesús! ¡venid amable Reparador del mundo! A consumar un  misterio que es el compendio de los milagros.   Ya viene el Cordero de Dios, ved ahí a la adorable Víctima, por quien todos los pecados del mundo son borrados.
Elevación.
   Oh Verbo encarnado, divino Jesús, verdadero Dios y  verdadero Hombre: yo creo que estáis aquí presente, Yo Os adoro con humildad profunda, yo Os amo con todo mi corazón y como Vos Os presentáis aquí inmolado por mi amor, yo me consagro enteramente al vuestro.
   Yo adoro esta preciosa Sangre que habéis derramado por todos los hombres, y espero, oh Dios mío, que no la habréis vertido inútilmente por mí: hacedme la merced de que se me apliquen los méritos de esta divina Sangre, tan preciosa que una sola gota vale más que cielos y mundos infinitos.
   Yo os ofrezco la mía, oh Jesús, refugio nuestro, en reconocimiento de aquella infinita caridad que habéis mostrado al verter la vuestra por mi amor.
Continúa el Canon.
  ¿Cuál sería, pues, en adelante, mi maldad y mi ingratitud, si después de haber visto lo que estoy contemplando, volviera a ofenderos?   No, Dios mío, no olvidaré jamás lo que Vos me presentáis en esta augusta ceremonia: los sentimientos de vuestra pasión, la gloria de vuestra resurrección; vuestro Cuerpo todo despedazado por amor a los hombres y vuestra Sangre derramada por nosotros, realmente están presentes en este altar.
   En este precioso momento, oh eterna Majestad, os ofrecemos, por vuestra gracia, verdadera y propiamente la Víctima pura, Santa y sin mancilla que plugo a vuestra inefable bondad regalarnos, y de la cual todas las antiguas víctimas no eran sino figuras.   Sí, gran Dios, podemos con verdad decir que éste es un Sacrificio infinitamente superior al de Abel, de Abraham, de Melquísedec, refiriéndome a la augusta Víctima de vuestro Hijo, objeto de vuestras eternas y especiales complacencias.
   Concedednos, oh Dios mío, que todos los que con la boca o con el corazón participan de esta sagrada Víctima, salgan de este lugar, inflamados y colmados de divinas bendiciones, las cuales se extiendan a las almas de los fieles que murieron en el ósculo del Señor y comunión con la Iglesia, y particularmente de (aquí el nombre por quien se aplica).  Concédeles, Señor, por los méritos de este sacrificio, el término completo de sus penas.
   Dignaos concedernos algún día esta gracia también a nosotros, Padre infinitamente bueno, y hacednos entrar en la amorosa y eterna compañía de los Santos Apóstoles, de los Santos Mártires y de todos los demás bienaventurados, a fin de que con ellos podamos amaros y glorificaros eternamente.
Pater Noster.
   ¡Qué feliz soy soy, oh Dios mío, en teneros por Padre!
   ¡Cuánta es mi dicha al pensar que el Cielo, en que Vos estáis sentado, ha de ser un día mi morada;  que mi alma ha de remontarse sobre este universo, sobre esta bóveda estrellada!
   Glorificado sea vuestro santo nombre por toda la tierra.   Reinad por completo sobre todos los corazones y sobre todas las voluntades.   Conceded a vuestros hijos el alimento del espíritu y del cuerpo.   Nosotros perdonamos de corazón a nuestro enemigos: perdonadnos también, Dios mío; sostenednos en las tentaciones y en los males de esta miserable vida, preservadnos del pecado, el mayor de todos los males.   Amén.
Agnus Dei.
  Cordero de Dios, sacrificado por mí, tened piedad de mí; Víctima adorable de mi redención, salvadme; divino Mediador, obtenedme de vuestro eterno Padre la gracia; dadme vuestra paz amorosa y santa, aquella paz que el mundo no conoce.
Comunión.
   ¡Cuán dulce me sería, amable Salvador, ser contado en el número de aquellos dichosos cristianos, a quienes la pureza de conciencia y una tierna devoción permiten acercarse todos los días a la Mesa de los Ángeles.
   ¡Qué ventaja para mí si yo pudiera en este momento poseeros en mi corazón, rendiros fervorosos obsequios, exponeros mis necesidades y participar de las gracias que concedéis a aquellos que realmente os reciben!   Mas ya que soy tan indigno, suplid, oh Dios mío, la indisposición de mi alma; perdonadme todos mis pecados, yo los detesto porque os desagradan; recibid el sincero anhelo que tengo de unirme a Vos.   Purificadme con vuestra presencia y ponedme en estado de recibiros, hasta que llegue ese feliz día en que espero poseer a mi Dios sacramentado: Os pido encarecidamente, Señor, que me hagáis participante de los frutos que la comunión del Sacerdote debe producir en todo el pueblo fiel, que está aquí presente.   Aumentad mi fe por la virtud inefable de este divino Sacramento, fortificad mi esperanza, acrisolad en mí la caridad, llenad mi corazón de vuestro amor, a fin de que no respire más que a Vos, y no viva más que por Vos.
Ultimas Oraciones.
   Acabáis, oh Dios mío, de sacrificaros por mi salud; yo quiero sacrificarme por vuestra gloria.   Soy vuestra víctima, no me desechéis.   Acepto con todo mi corazón los trabajos que os pluguiere enviarme; los cuales recibo de vuestra mano amorosa, y por ellos os bendigo y glorifico.
   He asistido, Dios de amor, a vuestro divino Sacrificio.
   Vos me habéis colmado de favores, yo huiré con horror de las más insignificantes manchas del pecado, sobre todo de  aquel a que mi inclinación me arrastra con más insistencia.   Yo prometo ser fiel a vuestra ley; estando resuelto a perderlo todo, y a padecer todos los males, antes que quebrantarla.
Bendición.
  Bendecid, ¡Dios mío! Estas santas resoluciones; bendecidnos a todos por mano de vuestro ministro, concediéndonos que los efectos de vuestra bendición queden eternamente en nuestras almas.   En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.   Así sea.
Último Evangelio.
   Verbo divino, Hijo único del Padre, luz del mundo que bajasteis del Cielo para mostrarnos y enseñarnos la senda del Paraíso; no permitáis que yo me parezca a aquel pueblo infiel, que no quiso reconoceros por el divino Mesías: no consintáis que yo caiga en la terrible ceguedad de aquellos infelices que prefieren ser esclavos de Satanás, antes que tener parte de la gloriosa adopción de hijos de Dios, que Vos vinisteis a procurarles.
   Verbo hecho carne, yo os adoro con el más profundo respeto y pongo mi confianza en Vos solo, esperando firmemente que pues Vos sois mi vida, mi salud y mi Dios, y un Dios que se hizo hombre para salvarnos, me concederéis las gracias necesarias para santificarme, a fin de que logre poseeros en el Cielo.    Amén.
Oraciones.
  (Prescritas por S. S. León XIII, para que las recen de rodillas al acabar la Misa el celebrante y los fieles).
   El sacerdote dirá tres veces con el pueblo, el Ave María, y luego Dios te salve, Reina, etc.
   P. Ruega por nos, Santa Madre de Dios.
   R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oremos.
   Oh Dios, nuestro refugio y fortaleza, mirad propicio al pueblo que clama a Vos; y por la intercesión de la gloriosa e inmaculada Virgen María, Madre de Dios, del bienaventurado San José, su esposo, de los bienaventurados Apóstoles San Pedro y San Pablo, y de todos los Santos, escuchad misericordioso y benigno estas súplicas que os hacemos por la conversión de los pecadores, por la libertad y exaltación de la Santa Madre Iglesia.   Por Jesucristo Nuestro Señor.   Amén.
   Oh Arcángel San Miguel, defiéndenos en el combate, sé nuestro amparo contra la malicia y las asechanzas del demonio.  Pedimos humildemente que el Señor le reprima con su poder; y tú, ¡oh Príncipe de la milicia celestial! arroja en el infierno con el poder de Dios a Satanás y a los otros espíritus malignos, que andan por el mundo para la perdición de las almas.   Amén.

   Se dice tres veces:
   Corazón sacratísimo de Jesús.   Tened piedad de nosotros

fuente: Instrucción Religiosa, Pbro. Galo Moret (1931)

jueves, 3 de octubre de 2013

Loado seas, mi Señor (cántico de las criaturas)

Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
2A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
3Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.
4Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
5Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.
6Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.
7Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.
8Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.
9Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.
10Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.
11Bienaventurados aquellos que las soporten en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.
12Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
13¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!:
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.
14Load y bendecid a mi Señor,
y dadle gracias y servidle con gran humildad.
Francisco de Asís

El Santo Rosario

 
¡El Rosario! ¿Hay cosa más vulgar? ¿Qué se puede decir sobre  él que no se le haya ocurrido ya a todo el mundo? Y sin embargo, puede que sean pocos los que hayan parado a examinar detenidamente el qué  y el cómo y el por qué de esa devoción que rezan todos los días, y de esa cadenilla con  granos engarzados de diez en diez que traen en el bolsillo. ¿Acaso no es frecuente que lo que más familiarmente usamos y tratamos es lo que menos a fondo hemos cuidado de estudiar?
Mil veces se ha hecho observar que el Santo Rosario es una fórmula de oración en que  están como entretejidos el rezo y la meditación: el rezo por medio de los Padrenuestros, Avemarías y Glorias, que se repiten por decenas: la meditación por medio del paso o misterio que se propone en cada decena a la consideración del cristiano.
Esto solo recomienda ya de buenas a primeras esta devoción, porque, ¿qué cosa hay más excelente que la meditación, principalmente de la vida de Cristo y de su Madre Santísima?, ¿y qué rezo hay más precioso que el de las oraciones dichas, en cuyas breves frases, todas de excelso origen, se encierra el meollo y sustancia de cuanto puedan decir los libros más elocuentes?
Más hay aún otra consideración, y es la siguiente:
¿Qué rezaría la gran masa del pueblo fiel si no tuviese tan a mano esa tan familiar devoción del Santo Rosario? Una devoción para la clase general del pueblo debe ser sencilla, breve, llana de entender y fácil de practicar, adaptada a grandes y a pequeños, que ni a aquéllos parezca vulgar, ni a estos incomprensible. Estoy discurriendo qué fórmulas de oraciones se podrían inventar que a una satisficiesen tantas necesidades, y no me ocurre que se pueda inventar otra que la que está ya inventada. El Santo Rosario.
Porque vamos al caso. Decirle a la generalidad de los fieles: “medita y contempla”, es cosa muy vaga y que pocos querrán practicar. Largos ratos de silenciosa oración mental son poco a propósito para la mayoría de las gentes, que suelen vivir atareadas y distraídas entre los mil ruidos y desazones del mundo. Y, no obstante, es cierto que no puede haber perfecto cristiano sin su poca o mucha meditación. El Santo Rosario allana esta dificultad, dando como desmenuzada  y hecha partijas de fácil masticación la materia de las más elevadas contemplaciones. A sorbos, como quien dice, le va dando al espíritu este celestial alimento. Envuelta en la fácil comida de la oración vocal le da sin advertirlo la otra más sutil de la oración mental y consideración, para que la traguen así, casi sin pensarlo, hasta los más desganados. Querer persuadirles a ciertas personas que dediquen veinte minutos a la contemplación de una verdad cualquiera, será pretender lo imposible. Dársela en cinco o quince tomas con el intermedio y afectuoso acompañamiento de unas breves oraciones vocales, es cosa ya más hacedera y con la cual se puede llegar a conseguir igual resultado. En efecto. El que ha rezado bien una parte del Santo Rosario, es decir con la debida reflexión sobre cada misterio, puede decir con toda seguridad que ha hecho un buen rato de oración mental y de piadosa contemplación.
Pues, por lo que toca a la misma oración vocal, ¿hay medio por ventura de hacerla más fácil más sabrosa? ¿Qué le diréis al pueblo? ¿Lee? No, porque, o no sabe leer, o aunque sepa se podrá decir a muchos aquello que al tesorero de la reina de Etiopía decía un apóstol: “¿Entiendes lo que lees?” Que es lo que exactamente nos ocurre muchas veces cuando vemos a ciertas pobres gentes en la iglesia deletreando penosamente su lujoso devocionario, máxime cuando está escrito en lengua para ellas forastera. Pues bien. He aquí un devocionario que todo el mundo puede usar aunque no haya ido a la escuela ; que los más pobres pueden comprar, porque no cuesta un real; que los más cortos pueden entender, porque consta de palabras tan llanas como las que cualquier madre hace entender a su hijo chiquito ; devocionario que no cansa la vista del anciano; ni necesita luz del día o artificial para ser leído; que pueden cómodamente practicar el enfermo en su cama, el viajante en su vagón, el soldado en su hora de retén o de centinela, el labrador en su campo, el obrero en su taller, o la muchacha haciendo su cocina o su costura. Discurrid lo que queráis, dadle vueltas a vuestro más agudo ingenio; no hallaréis práctica más práctica que ésta ni que más se avenga a todas las clases, a todos los tiempos y a todas las situaciones de la vida.
Pero el ser llana y sencilla para los más, ¿no la hará despreciable para los entendimientos y corazones privilegiados? No, porque en medio de su sencillez, que comprenden hasta los más pequeños, tiene abismos insondables de sabiduría que no acabarán nunca de agotar las más elevadas inteligencias. Una sola, palabra de una sola de las peticiones de un solo Padrenuestro puede ser suficiente materia de meditación por largas horas al más grande de los filósofos; cada misterio de la vida del Salvador y de su Madre tiene tantos y tan variados aspectos, y da lugar a tantas y tan sutiles consideraciones, que no acabará con ellos el genio más encumbrado, si no que las irá encontrando cada día más nuevas y sorprendentes, cuando más las analice y desmenuce. Ahonde, pues, aquí el más vigoroso talento, y siga sin cesar abandonando, que como firme y humildemente trabaje, hallará, en cada pozo de estos, venas sin fin de agua viva, y no les tocará jamás el fondo a tales océanos de verdad.
¿Y podemos asimismo sostener que sea el Rosario devoción sabrosísima? ¡A cuántos no parece sino muy fastidiosa por sus monótonas repeticiones!
Pues claro está que se lo ha de parecer a quien no se entretenga en saborear de ella más que la corteza, sin llagar a hincarle el diente por medio de una viva atención. La fruta más azucarada parecerá sosa a quien de este modo la aplique a su necio paladar. Romped la cáscara; saboread la sustancia interior; exprimidle el jugo; ya que encontraréis allí lo que es bueno. Hablemos ya sin figuras. ¿Qué no os deleita el rezo del Rosario? Cierto es, ¡como que no lo rezan sino maquinalmente vuestros labios y no lo acompaña el corazón! Pasan por ellos sus amorosas frases sin hacer más que ligeramente rozar su superficie , y en confuso y precipitado tropel salen como desbordados, misterios, padrenuestros, avemarías y gloria patri: vuestra boca más que pronunciarlos los sacude y arroja de sí como el enfermo la ingrata medicina , a la que sólo procura despachar con la mayor brevedad posible. Decid, ¿es así como paladeáis los manjares en que deseáis recrear vuestra glotonería? ¿Es así como le buscáis a vuestras golosinas el apetecido dulzor? No, sino que lentamente las mascáis, las entretenéis, las disolvéis en vuestra saliva, y así les encontráis todo su deleite. Seguid análogo procedimiento espiritual para las cosas del espíritu, y me lo diréis después. Así goza cada vez más el alma la belleza de un cuadro mirándolo y remirándolo; así el hechizo de un poema leyéndolo  y releyéndolo; así la imagina de un trozo de música escuchándolo y volviéndolo a escuchar.
¡La repetición! Poco muestra conocer al hombre quien le haga cargos al santo Rosario porque consista todo él en fórmulas repetidas. El lenguaje de todo apasionado sentimiento no sabe expresarse sino por medio de la repetición: los que de veras se quieren, jamás se contentaron con decírselo una sola vez. La repetición es el único recurso que le queda al alma humana, para acomodar a aquélla cierta infinidad suya y de que participan sus sentimientos, la pobreza relativa de sus recursos para desahogarlos. La doblada y redoblada y cien doblada expresión de una misma protesta de afecto es lo único que nos consuela en cierta manera de la cortedad de nuestras frases para expresarlo como deseáramos y no podemos.
¿Se hallaría acaso dificultad en la contemplación de los misterios? Pero, ¿qué? ¿No es cierto que son los más conocidos y tratados de todo el mundo cristiano, explicados en todos los tonos, representados en todas las formas del arte, familiares al pueblo como la más casera de sus escenas domésticas? ¿A quién le ha de costar esfuerzo alguno, chico o grande, colocarse con la imaginación por un momento, por ejemplo, en medio del hermoso grupo del portal de Belén, o en el lastimero del huerto de Getsemaní o del Calvario , en el olorosísimo de la Resurrección o Ascensión a los cielos? ¿A quién ha de ser difícil figurarse en su presencia las personas que lo componen, como las ha visto mil veces en cuadros, altares o estampas, y penetrarse de sus sentimientos y recoger sus lecciones y rezar luego como antes ellas, la respectiva decena?
Rezad el Rosario, amigos míos, y rezadlo siempre y cada día. Volved a la santa costumbre de rezarlo en familia, los que por descuido o por pereza o por vergüenza, ¡que haya, mal pecado, vergüenza hasta en eso! , la hayáis dejado perder en vuestro hogar. Pero rezadlo bien. Para rezarlo como se debe os daré una breve receta de dos solas palabras: atención o intención.
Atención, significa que se atienda en él a lo que se hace y a lo que se dice; que no se interrumpa con inútiles paradas; que no se mezcle con palabras impertinentes; que se diga con los labios y con el corazón, acompañado la modestia de los ojos y el recogimiento de toda la persona. Que se mire esta devoción como un rato de audiencia que nos concede Dios, o de grata conversación que ofrecemos a la sagrada Familia.
Intención. No hagáis obra alguna de estas sin ponerle antes una intención fija que le sirva de blanco. No hacerlo así es disparar al aire. La fija intención es la que más favorece la atención. Antes de empezar a rezar preguntaos un momento: ¿Para qué voy a rezar?, ¿A quién dirijo mi rezo?, ¿Qué pretendo alcanzar con él? Y procurad responder a eso, no solamente con intenciones vagas y generales de hacer bien, dar gloria a Dios, etc., sino con la de lograr algo más determinado y concreto, un favor para vos o la familia, la conversión de un pecador tal o cual, el consuelo o buena muerte de un enfermo, el sufragio por un alma, el éxito de un negocio o  empresa, etc. O bien, el remedio de alguna de las graves necesidades de la Iglesia, como la exaltación del Papa, la confusión de las sectas, la propagación de la fe, el buen espíritu del clero, la reforma de las leyes, etc. ¡Cuidado si hubo cosas que pedir en todos tiempos y si las hay en este siglo muy en particular! Y poneos delante cada día una de estas intenciones, y tomadla por blanco antes de disparar vuestra arma, y repetidla interiormente a cada Gloria Patri, a fin de que no se os desvíe la puntería. Y acordaos con fe de aquel llamad  y se os abrirá del Evangelio, y creed y confiad que con cada Padrenuestro  y avemaría le dais una recia aldabada al Corazón del mismo Dios, que ha prometido no hacerse el sordo a quien así le fuere a llamar con santa importunidad.
Rezad, vuelvo a insistir, rezad el Santo Rosario, y rezadlo siempre y rezadlo bien. Rezadlo, si andáis afligidos, para consolarlos; si tentados, para resistir; si desalentados, para cobrar bríos; si con fortuna próspera, para equilibraros en la debida moderación y templanza. Colgad junto a vuestro lecho esta insignia de piedad, para que se vea que allí se ha echado a reposar un cristiano bajo los pliegues de su bandera: izadla en el lugar más visible del doméstico hogar, allí donde en hermoso grupo se reúne cada noche la familia, a fin de que sea como una señal para todo el mundo de que en aquella casa reina y es servido Cristo Dios. ¡Qué os acompañe siempre en vida y los oigáis murmurar por vuestros amigos a vuestro oído en la hora de la muerte, y os sea recomendación y eficacísimo empeño en el divino tribunal!
¡Qué lo sea para mí, pobre pecador, si con estas breves reflexiones he logrado que haya en adelante uno más que rece devotamente el santo Rosario!
El Rosario en familia.
Ninguna ocasión como la presente para hacerte, oh lector. Algunas observaciones sobre una costumbre cristiana y española que quisiera yo nunca dejases perder en el seno de tu hogar doméstico: hablo del Rosario en la familia.
La familia está sufriendo no menos que la sociedad el embate de la irreligión y de lo que se llaman ideas nuevas, que en realidad son ideas muy viejas, pues son del paganismo. Y por efecto de esta fatal influencia muchas familias cristianas abandonan las prácticas religiosas a pretexto de que son antiguas, alegando que se ha de vivir con el siglo, y que hay que dejarse de preocupaciones. Déjate de cuentos y de tonterías, amigo mío; Dios siempre será de moda y a Dios no le harán saltar de su trono todas nuestras locuras. Dios es de todos los siglos, o mejor, todos los siglos son de Dios. Y el servir a Dios, y el temerle, nunca será una preocupación, por más que haya cuatro decenas de infelices, no sé si más necios que malvados, que así aparenten creerlo.
¿No es, pues, gran lástima que hombres que se llaman católicos den al olvido o hayan desterrado de sus prácticas cotidianas esta santa práctica del Rosario en familia?, ¿No causa tristeza que hombres de orden, de autoridad y de respeto, severos en todo, formales, conservadores, consideren como cosa del otro siglo, y propia únicamente de mujeres, esta devoción? ¿Cómo si el hombre más barbudo y empingorotado no tuviera el alma tan hija de Dios como la mujer! ¡Como si para ambos no hubiese la misma muerte, el mismo juicio y el mismo infierno!
Querido lector, quien quiera que seas, ¿No es verdad que no vamos bien, sino mal, muy mal? El nombre de Dios apenas se permite que reine en las costumbres públicas; ¿Permitirás que la impiedad lo arroje también del seno de tu familia? En muchas no se oye jamás este nombre adorable: en cambio se oyen palabras que los labios honrados no pueden pronunciar; chistes que los oídos castos no pueden oír; conversaciones de las cuales huye como espantada la virtud, porque destrozan sin piedad la fama del prójimo y la modestia cristiana. Y ¿Por qué esto? Porque a la Religión divina se la va arrinconado, como lámpara solitaria en el templo: se le ha arrojado de las leyes en tantos pueblos, no se la tolera en las plazas de tantas vecindades, y tal vez tú empiezas a arrojarla también, como huésped incómodo, de la familia. No obstante, en medio de los hombres es donde debe vivir, y no solamente en la oscuridad del santuario; en medio de vosotros, hombres de mundo; en vuestras casas, en vuestras fábricas, en vuestros festines, en vuestras diversiones, en todas partes a donde lleváis vuestra alma, allá habéis de llevar a Dios como Juez, y a la Religión como compañera. Y en todas partes ha de dirigir vuestras acciones, refrenar vuestros deseos, amansar vuestras iras, enjugar vuestras lágrimas.
Ahora bien; si esta Religión divina ha de reinar entre vosotros en vuestra familia, de ningún modo mejor que con el santo Rosario que comprende, como visteis, los tres actos principales de la Religión, la meditación, la súplica y la alabanza. Y el jefe de la familia debe presidir el Rosario como el negocio más importante del día; y los criados y los hijos deben aprender de él a venerarlo como la porción más respetable de la herencia paterna. Y el Rosario, cuyo dulce y acompasado murmurio subirá desde vuestro hogar hasta el trono de María, volverá a caer desde él sobre vuestra casa convertido en rocío bienhechor de bendiciones y consuelos.
¿No es verdad que necesitáis de Dios, lectores míos? ¿No es verdad que necesitáis de Dios para el éxito de vuestros negocios, para la cosecha de vuestros campos, para el porvenir de nuestros hijos, para la salud de vuestros cuerpos y para la tranquilidad de nuestras almas? Oídme, pues, y concluyo. De las veinticuatro horas del día entre vuestros negocios, entre vuestros placeras y entre vuestro descanso, ¿Tan duro se os hace conceder un cuarto de hora a vuestro Dios? ¿Es que tal vez se os pide demasiado? No sé si os contentaríais con que os diese tan poco el último de vuestros servidores. Creo que sois algo más exigentes.
¿No es verdad, querido lector? A ver, pues, cómo restableces en tu familia, con gran consuelo de tu mujer, la cristiana costumbre del Rosario, que habías tal vez olvidado. 
 Feliz Sarda y Salvany, Pbro,  Ano Sacro , Barcelona, 1954 tomo II
 
fuente: fsspx.org.mx

jueves, 12 de septiembre de 2013

Película Duns Scoto

El Doctor Sutil que defendió la tesis de la Inmaculada Concepción de María. Esta película es muy ilustrativa, no sólo de su vida, sino de los argumentos que llevaron a que en 1854 se promulgara oficialmente el dogma.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Año de la Fe: el Credo (Conclusión)

Para terminar la catequesis del Credo, incluyo las diferentes formas de expresar el símbolo que tenían las Iglesias locales y las cuales fueron unificadas durante el Concilio Tridentino para dar mayor catolicidad a la Iglesia.
Qué es el Credo
El Credo es la fórmula de fe cristiana compuesta por los Apóstoles para que todos los cristianos piensen y confiesen la misma creencia. Lo primero, pues, que deben creer los cristianos, son aquellas cosas que los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, pusieron distintamente en los doce artículos del Credo.
Los Apóstoles llamaron «Símbolo» a esta profesión de fe porque servía de señal y contraseña con que se reconocían los verdaderos cristianos y se distinguían de los falsos hermanos introducidos furtivamente y que adulteraban el Evangelio.
El Credo nos enseña lo que como fundamento y suma de la verdad debe creerse:
 • sobre la unidad de la divina esencia;
• sobre la distinción de las tres Personas;
• sobre las operaciones que a cada una de ellas se atribuye por alguna razón particular, a saber: la obra de la Creación a la persona de Dios Padre, la obra de la Redención humana a la persona de Dios Hijo, y la obra de la Santificación a la persona de Dios Espíritu Santo.
 
Todo ello nos lo enseña en doce sentencias o «artículos», entendiendo por artículo cada uno de los puntos que debemos creer distinta y separadamente de otro.
 
Forma de la Iglesia Romana
 Credo in Deum Patrem omnipotentem; et in Jesum Christum filium eius unicum, Dominum nostrum, qui natus est de Spiritu Sancto et Maria Viragine, sub Pontio Pilato crucifixus et sepultas, tertia die resurrexit a mortus est de Spiritu Sancto et Maria Virgine, sub Pontio venturus indicare vivos et mortuos. Et in Spiritum Sanctum, Sanctum Ecclesiam, remissionem peecatorum, carnis resurrectoinem. (Ex Máximo Taurinen. Hom. 83.)
 
 Forma de la Iglesia de Aquileya
 Credo in Deo Patre omnipotente, invisibili et impassibili, et in Christo Jesu, único filio eius, Domino nostro, qui natas est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, crucifixus sub Pontio Pilato et sepultas, deseendit ad inferna, tertia die resurrexit a mortuis, ascondit ad ccolos, sedet ad dexteram Patris, inde venturas est judieare vivos et mortuos. Et in Spiritu Sancto, Sanctam Ecclesiam, remissionem peecatorum, huius carnis resurrectionem. (Ex Eufini. Expositione symboli.)
 
Forma de la Iglesia de Ravena
Credo in Deum Patrem omnipotentem, et in Christum Jesum, filium eius unicum, Dominum nostrum, qui natus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, qui sub Pontio Pilato crucifixus est et sepultus, tertia die resurrecxit a mortuis, ascendit in coelos, sedet ad dexteram Patris, inde venturus est iudicare vivos et mortuos. Credo in Spiritum Sanctum, Sanetum Ecclesiam catholicam, remisionem peceatorum, carnis resurrectionem, vitam seternam. (Ex Petri Chrysologi sermonibus, 5662.)
Forma de la Iglesia de África
Credo in Deum Patrem omnipotentem, universorum creatorem, regem sseculorum, inmortalem et invisibilem, et in Jesum Christum, Filium eius unicum, Dominum nostrum, qui natus est de Spiritu Sancto et Virgine Maria, passus sub Pontio Pilato, crucifixus, mortus et sepultus, tertia resurrexit a mortuis, ascendit in caelum, sedet ad dexteram Patris, inde venturas judicare vivos et mortuos. Bt in Spiritum Sanctum, Sanctam Ecclesiam, remissionem peceatorum, carnis resurrectionem, in vitam ajternam. (Ex Agustini sermone de Symbolo ad Cathechumenos.)
 
Forma de la Iglesia de España
 Credo in Deum Patrem omnipotentem, et in Jesum Christum filium ejus unicum, Deum et Dominum nostrum, qui natus est de Spiritu S. et Maria Virgine, passus sub Pontio Pilato, crucifixus et sepultus, descendit ad inferna, tertia die resurrexit, vivus a mortuis, ascendit ad coelos, sedet ad dexteram Dei Patris omnipotentis, inde venturus iudicare vivos er mortuos. Credo in Spiritum S., Sanctan Ecclesiam catholicam, remissionem omnium peceatorum, carnis resurrectionem et vitam seternam. Amen. (Ex Missali Mozarabico in traditione symboli.)
 
Forma de la Iglesia de las Galias
 Credo in Deum Patrem omnipotentem, creatorem cceli et terree. Credo in Jesum Christum, filium eius unigenitum, sempiternum, conceptum de Spiritu Sancto, natum de Maria Virgine, passum sub Pontio Pilato, crucifixum, mortum et sepultum; descendit ad inferna, tertia die resurrexit a mortuis, ascendit ad coelos, sedit ad dexteram Dei Patris omnipotentis, inde venturus iudicare vivos et mortuos. Credo in Sanctum Spiritum, sanctam Ecclesiam catholicam, sanctorum communionem, remissionem peceatorum, carnis resurrectionem, vitam ffiternam. Amen. (Ex Missali Gallicano seeculi, VIII.)
 
Otra forma entre la española y la francesa
Credo in Deum Patrem omnipotentem. Credo in Jesum Christum Filium eius unicum, Deum et Dominum nostrum, natum de Maria Virgine per Spiritum Sanctum, passum sub Pontio Pilato, crucifixum et sepultum, descendit ad inferna. Tertia die resurrexit, ascendit in coelos, sedet ad dexteram Dei Patris omnipotentis, inde venturus iudicare vivos et mortuos. Credo in Spiritum Sanctum, credo in Ecclesiam sanctam, per baptismum sanctum remissionem peceatorum, carnis ―resurrectionem in vitam seternam. Amen. (Ad calcem Sacramentarii Bobbiensls, p. 386.)
 
 Forma de la Iglesia de Antioquía
 Credo in unum et solum verum Deum, Patrem omnipotentem, creatorem omnium visibilium et invisibilium creaturarum, et in Dominum nostrum Jesum Christum, filium ejus unigenitum et primogenitum totius creaturse, ex eo natum ante omnia ssecula et non factura, Deum verum ex Deo vero, homoousion Patri, per quem et seecula compaginata sunt et omnia facta, qui propter nos venit et natus est ex Maria Virgine et crucifixus sub Pontio Pilato et sepultas et tertia die resurrexit secundum Scripturas et in cielos ascendit et iterum veniet judicare vivos et mortuos, et reliquia. (Ex Cassiano 1. 6 de Incarnatione Jesu Christi.)
 
 
fuente: Catecismo Romano de Trento