ARTÍCULO VII
DESDE ALLI
HA DE VENIR A JUZGAR A LOS
VIVOS Y A
LOS MUERTOS.
Jesucristo volverá del cielo visiblemente al
fin del mundo.
Vendrá a juzgar a todos los hombres.
La palabra
vivos significa los buenos; y la palabra muertos, los malos.
Los
Novísimos.
Los Novísimos o Postrimerías del hombre son:
Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
Debemos
recordar a menudo estos Novísimos, pues dice el Espíritu Santo:
“En todas tus obras acuérdate de tus
Postrimerías y no pecarás jamás”.
(Eclesiástico, cap. VII, v. 40).
La muerte.
Morir es separarse el alma del cuerpo.
Todos hemos de morir una sola vez; no
sabemos cuándo, ni cómo, ni en dónde.
Si esta vez erramos el paso, lo hemos errado
por toda la eternidad.
Debemos, pues, estar siempre bien preparados
para morir en gracia de Dios.
El juicio.
Después de la muerte inmediatamente tendrá
lugar el juicio.
El juicio es la cuenta que el hombre debe
dar a Dios y la sentencia del Divino Juez.
Todos los hombres hemos de ser juzgados
dos veces:
La primera en la hora de la muerte; la
segunda al fin del mundo.
En estos
juicios se examinarán todos los pensamientos, deseos, palabras, obras y
omisiones de cada hombre, desde el primer instante del uso de razón hasta el
momento de la muerte.
El juicio de la hora de la muerte se llama particular,
porque es de una sola persona.
El juicio del fin del mundo se llama universal,
porque será de todos los hombres.
La sentencia del juicio particular es
irrevocable.
La sentencia del juicio universal será la
confirmación de la del juicio particular.
Cuando uno muere, el alma va al cielo, o al
purgatorio, o al limbo de los niños, o al infierno.
El cielo.
Va al cielo el que muere en gracia de Dios y
no tiene deuda alguna de pena.
El que tiene alguna deuda de pena va
antes al purgatorio.
El cielo es un lugar de suma y eterna
felicidad; se ve claramente a Dios; se goza de todo bien, sin mal alguno.
La gloria esencial consiste en ver
claramente a Dios.
Es más dicha ver a Dios por un instante,
que gozar eternamente de todas las riquezas, placeres y honores que se pueden
imaginar en este mundo; porque el mundo entero comparado con Dios es como nada.
¡Qué dicha será, Dios mío, veros, no por un
instante, sino por toda la eternidad!
Los buenos estarán eternamente en el cielo.
Todos hemos sido criados para el cielo.
Va al cielo todo el que quiere ir de veras,
resueltamente, esto es, el que pone los
medios necesarios para conseguirlo.
Todos los hombres quieren ir al cielo; pero
algunos tienen sólo el querer del perezoso; quieren ir al cielo y no quieren
poner los medios necesario para conseguir el más precioso de todos los bienes.
El cielo es el premio de valor infinito que
Dios tiene reservado a los que le sirven fielmente en esta vida.
Es un premio tan precioso que para
conseguírnoslo, el mismo Hijo de Dios dio toda su sangre y aún la vida.
Si para dárnoslo, Dios nos exigiera
pedírselo de rodillas dos horas diariamente, o que hiciéramos durante un millón
de años la más rigurosa penitencia, aun así el cielo fuera como regalado.
Pero Dios no nos pide tanto, sino sólo que
observemos sus divinos mandamientos; cosa bien fácil de hacer con la divina
gracia, que nunca falta.
Lo único que nos puede hacer perder el cielo
es el pecado mortal.
Si los hombres para conseguir los bienes
eternos, tuvieran, no digo tanto, sino la mitad del cuidado que tienen para
conseguir los bienes de la tierra, todos serían santos, todos irían al cielo.
Más ¡ay! Muchos hombres viven sobre la
tierra como si tuvieran que permanecer en ella para siempre, sin cuidarse para
nada de merecer la eterna felicidad.
En el cielo los premios son proporcionados a
la cantidad y calidad de las obras buenas hechas en gracia de Dios.
Quien
tiene menos premio no envidia al que tiene más; como un niño contento con su
vestido chico no envidia al que lo tiene grande.
Cada obra
buena que practicamos, estando en gracia de Dios, tiene su mérito y su
premio en el cielo.
El premio correspondiente a cada obra buena,
aún a las más insignificantes, es superior a todos los bienes materiales de la
tierra y durará eternamente.
Procuremos aprovechar todos los días, y aún
todos los instantes de nuestra vida, haciendo todo el bien que podamos para ir
aumentando siempre nuestros méritos y premios de la gloria.
Si los que están en el cielo pudieran
tenernos envidia de algo, la tendrían, porque nosotros, mientras vivimos,
podemos aumentar siempre el tesoro de méritos y de premios para el cielo, y
ellos no.
El
purgatorio.
Va al purgatorio el que muere en gracia de
Dios y tiene alguna deuda de pena.
Esta deuda de pena puede ser:
1º- Por pecados veniales; y
2º- Por no haber hecho la debida penitencia
de los pecados mortales, perdonados en cuanto a la culpa y pena eterna.
Con la
confesión bien hecha se perdonan siempre las culpas graves y la pena eterna,
pero no siempre queda perdonada toda la pena temporal.
Dios, al perdonar el pecado mortal,
ordinariamente conmuta la pena eterna en una pena temporal.
Esta pena temporal debe pagarse en esta vida
o en el purgatorio.
En esta vida se paga haciendo obras buenas,
especialmente cumpliendo la penitencia impuesta por el confesor.
El purgatorio es un lugar de expiación temporal.
Las almas del purgatorio, cuando han satisfecho
del todo por sus pecados, van al cielo.
Dios, infinitamente justo, ninguna obra buena o
mala deja sin premio o castigo, aunque se trate de cosas pequeñas.
Los que
mueren con solos pecados veniales no merecen el infierno, ni pueden ir al
cielo, porque nada manchado puede entrar en él.
Debe,
pues, existir un lugar para que las almas se purifiquen antes de entrar en el
cielo.
En el
purgatorio se padece la privación de la vista de Dios, el tormento del fuego y
otras penas.
El
mayor dolor de las benditas Ánimas es no poder ver a Dios y pensar que, siendo
El infinitamente bueno, le han ofendido.
Las
Almas benditas, al verse manchados con el pecado, con gusto se sumergen en
aquellas llamas, y aun quisieran fueran más ardientes para purificarse más
pronto.
Aprendamos de las benditas Ánimas a aborrecer el pecado, aún leve, sobre
todo mal.
Los
sufragios.
Podemos
socorrer a las benditas Ánimas, y aún librarlas del purgatorio, con oraciones,
indulgencias, limosnas y otras buenas obras, y, sobre todo, con la Santa Misa.
Se
llaman Sufragios las obras buenas que se hacen a favor de las benditas
Animas del purgatorio.
Los
sufragios son sólo a manera de súplicas, que la divina justicia acepta en la
medida que cree conveniente.
Por
esto un alma no siempre obtiene infaliblemente todos lo efectos de los
sufragios aplicados a ella especialmente.
La
Santa Iglesia aprueba que se repitan los sufragios para un mismo difunto.
Hacen
muy mal los que no se acuerdan de aliviar con sufragios a las almas de los
difuntos.
Algunos
sólo procuran que el entierro sea muy suntuoso, y nada o muy poco hacen para el
alivio del alma.
El
dogma de los sufragios es motivo de alegría, no sólo para los ricos, sino
también para los pobres.
Los
ricos hacen muy bien en ordenar sufragios; éstos les abreviarán mucho las penas
en el purgatorio.
Los pobres tienen una madre tiernísima, que
es la Santa Iglesia, la cual ruega especialmente por ellos, que son sus hijos
queridísimos.
La
devoción a las benditas Animas del purgatorio es utilísima, porque hace
practicar muchas obras buenas, causa grande gozo en el cielo y ayuda en gran
manera a conseguir la salvación de quien practica esta devoción.
El voto
de Animas consiste en ceder para siempre a favor de las
benditas Ánimas del purgatorio, toda la parte satisfactoria de nuestras buenas
obras, y todos los sufragios que otros hicieren por nosotros.
Seamos,
pues, muy devotos de las benditas Animas del purgatorio.
Procuremos socorrerlas, oyendo Misa y comulgando muy a menudo, aun
diariamente, si nos es posible; recemos el Santo Rosario, el Via Crucis, etc.
Esta es devoción buena y práctica, con la cual
libraremos a muchas almas del purgatorio y las haremos entrar en el cielo.
Limbo
de los niños.
Va al
limbo de los niños el que muere con el solo pecado original.
El
que muere antes del uso de razón sin el bautismo, muere con el solo pecado
original.
En el
limbo no se sufre nada; se goza la felicidad natural.
Dios
hizo, pues, un gran beneficio a los que están en el limbo, dándoles la
existencia; podría haberles dejado en la nada de donde los sacó.
Los que mueren después del uso de razón
van al cielo o la infierno, según que hayan o no cumplido la ley de Dios.
El
infierno.
Va al infierno el que muere con el pecado
mortal.
El infierno es el lugar en donde se padecen
penas eternas.
Estas
penas son de daño y sentido.
La pena de daño es la privación de la vista
de Dios, Sumo Bien.
Es la mayor pena de los condenados.
Cuando el alma se separa del cuerpo se
dirige hacia Dios con un ímpetu irresistible, con mucha mayor vehemencia que el
pez busca el agua o el que está en el fuego procura salir de él; pero Dios
rechaza eternamente al alma que está en pecado mortal.
La pena de sentido es el tormento del fuego
y todo mal, sin bien alguno.
En el infierno los demonios son los
verdugos.
Basta un solo pecado mortal para merecer
el infierno.
En el infierno la pena es proporcionada a la
cantidad y calidad de los pecados cometidos.
Es cierto
que hay infierno.
Nuestro Señor Jesucristo, que es Verdad
infalible, lo dice muchas veces en el santo Evangelio.
Dios prohibe el mal moral y debe castigar al
que lo comete.
La ley, para que los hombres sean compelidos
a cumplirla, debe tener señalada una pena a los transgresores.
Los transgresores de la ley humana son justamente
castigados; con mayor razón deben ser castigados los transgresores de le ley
divina.
Nadie puede quebrantar impunemente la ley de
Dios.
Dios es infinitamente justo; así como premia
a los buenos con felicidad eterna, castiga a los malos con pena eterna.
El pecado mortal es una ofensa grave a la
majestad infinita de Dios; por consiguiente, merece un castigo infinito.
El pecador no puede sufrir un castigo
infinito en la intensidad, pero sí en la duración.
Las penas del purgatorio son poco temidas
porque son temporales.
Dios, como sabio legislador, debía
establecer un castigo, que de veras apartase del pecado mortal; tal es el
castigo eterno del infierno.
El temor del infierno es una de las causas
de que se cumpla la ley de Dios y las almas se salven.
¿Por un solo pecado que se comete en un
momento castiga Dios con una eternidad de penas?
El castigo se mide por la gravedad de la
ofensa, no por el tiempo que se emplea en cometerla.
Aun la justicia humana castiga con cárcel
perpetua, y hasta con la muerte, el crimen que se ejecuta en un momento.
Dios es Padre de misericordia para los
buenos; mas, para los que mueren en pecado mortal, es juez terribilísimo.
Los pecadores no deben confiar en que por
ser Dios bueno y misericordioso, no los ha de condenar al infierno, pues es
también infinitamente justo.
Tan bueno y misericordioso como ahora era
Dios cuando de un golpe arrojó al infierno a millares de ángeles.
Por ser Dios infinitamente bueno, ama
infinitamente la virtud y aborrece infinitamente el pecado: por esto nadie
premia o castiga tanto como Dios.
Si porque Dios es bueno y misericordioso no
debiera castigar con el infierno, por la misma razón no debiera permitir los
males sin número que existen sobre la tierra.
Dios,
en el gobierno del universo, no se rige por el sentimentalismo de los hombres.
En este mundo, lugar de prueba y no
precisamente de premios y castigos, Dios, con sabiduría y justicia infinitas,
permite catástrofes horrendas, dolores acerbísimos, que alcanzan a buenos y
malos.
N. S. Jesucristo, los santos mártires, hijos
queridísimos de Dios, sufrieron tormentos tan atroces que horroriza el
pensarlo.
¿Qué no exigirá la divina justicia que sufra
el pecador rebelde obstinado en el mal?
Los que mueren en pecado mortal quedan
reducidos a la misma condición que el demonio, de quien no sentimos compasión.
Va al infierno quien quiere, pues Dios a
todos da gracia abundante para no caer en el pecado; y a los pecadores,
mientras viven, les ofrece siempre generoso perdón.
Nadie se condena sino por su propia y libre
voluntad, cometiendo culpa grave.
Aun los salvajes que nunca han oído hablar
de la religión cristiana, si se condenan es por su culpa; pues a donde no llega
la voz del hombre llega la voz de Dios.
¿Quieres que no haya infierno, sino cielo
para ti?. Vive siempre en gracia de
Dios; y si tienes la desgracia inmensa de perderla, procura recobrarla cuanto
antes.
El fin del
mundo.
Para cada uno de nosotros el mundo se acaba
en el momento de la muerte; pero llegará un día en que el mundo se acabará para
todos.
Nadie sabe cuándo será el fin del
mundo. Nuestro Señor Jesucristo,
preguntado sobre este punto, no lo quiso decir; no obstante, indicó algunas
señales que lo precederán.
Las señales que han de preceder al fin del
mundo son remotas y próximas.
Las remotas son:
1º- Apostasía general: la generalidad de los
hombres se apartará de Dios, no haciendo caso de su divina ley.
2º- La predicación del Evangelio por todo el
mundo.
Las señales próximas son:
Los judíos se convertirán a la religión
cristiana.
Aparecerá el hombre del pecado, llamado
Anticristo, quien, con sus palabras y falsos milagros, hará una guerra muy
cruel a la Iglesia de Jesucristo y casi todo el mundo le seguirá.
Elías y Enoch vendrán a oponerse a este
hombre perverso y serán martirizados.
El Anticristo perecerá miserablemente.
Habrá una espantosa combinación de
calamidades públicas, como hambre, peste, guerras, terremotos, inundaciones,
etc.
Pero la señal más próxima será la
descomposición de la naturaleza.
El sol se oscurecerá; la luna se teñirá de
sangre; las estrellas caerán; la tierra temblará; abriéndose en muchas partes;
el mar dará grandes bramidos; las fieras saldrán de los desiertos, y los
hombres verán visiones espantosas y monstruos horrendos; tanto que a los
infelices que presenciarán los últimos días del mundo se les secarán las
carnes, horrorizados al ver a toda la naturaleza en agonía.
De las cuatro partes de la tierra saldrá un
fuego tan terrible que en pocos momentos destruirá hombres, animales, bosques,
ciudades y cuanto hallare a su paso, reduciéndolo todo a un montón de cenizas.
Resurrección.
Un ángel con
una voz a manera de trompeta dirá: Levantaos, muertos, y venid a
juicio!
Al fin del mundo, los buenos irán al cielo y
los malos al infierno, con el cuerpo y con el alma.
Dios quiere que el cuerpo acompañe al alma
en el premio o castigo eternos.
En la vida presente el cuerpo acompaña al
alma en la práctica del bien o del mal; es muy justo que la acompañe también en
el premio o castigo en la vida futura.
Ahora los buenos están en el cielo y los
malos en el infierno solamente con el alma.
El alma, aunque esté sin el cuerpo, goza
de la felicidad infinita del cielo, o sufre los tormentos horribles en el
infierno.
En nosotros lo principal es el alma; un
cuerpo sin alma no sufre ni goza.
Si el cuerpo sufre o goza, es por razón del
alma; o mejor dicho, es el alma que sufre o goza en el cuerpo.
Jesús y María están en el cielo en cuerpo y
alma.
Es creencia piadosa que también están San
José y los santos que resucitaron, cuando resucitó Jesús.
Al fin
del mundo todos hemos de resucitar.
Para Dios
nada hay imposible.
Todos, buenos y malos, tendremos el mismo
cuerpo que tenemos ahora.
El cuerpo de los buenos resucitará
hermosísimo; el de los malos feísimo.
Después de
la resurrección, los cuerpos de los buenos y de los malos serán inmortales,
esto es, no podrán morir jamás.
Las dotes de los cuerpos bienaventurados
son:
1ª- Impasibilidad: no podrán sufrir
jamás pena alguna.
2ª- Claridad: resplandecerán como el
sol y las estrellas del firmamento.
3ª- Agilidad: podrán trasladarse de
un lugar a otro en un instante con el solo acto de la voluntad.
4ª- Sutileza: podrán pasar a través de
los cuerpos sólidos sin obstáculo alguno.
La resurrección de los cuerpos de los
bienaventurados es una de las causas porque la Iglesia trata con tanto respeto
los cuerpos de los difuntos y prohibe quemarlos.
Juicio
universal.
Todos los hombres resucitarán y se reunirán
en el valle de Josafat.
Jesucristo volverá del cielo con grade
gloria y majestad,
Sentado en un trono de gloria, ordenará que
los buenos se coloquen a su derecha y los malos a su izquierda.
Se abrirá el libro de las conciencias y se
publicarán todos los pecados de los malos y todos los actos virtuosos de los
bueno.
El divino juez dictará la sentencia.
A los malos les dirá: Apartaos de mí,
malditos; id al fuego eterno, preparado para Satanás y sus ángeles.
Y a los buenos les dirá: Venid, benditos
de mi Padre, a gozar del reino que os tengo preparado, desde el principio del
mundo.
Dictada la sentencia, la tierra se abrirá y
el infierno tragará a los réprobos., quienes en cuerpo y alma quedarán
eternamente sepultados en los abismos infernales.
El fuego atormentara los cuerpo, pero no los
consumirá ni les quitará la vida.
Jesucristo y los elegidos se elevarán a los
cielos, en donde reinarán y gozarán delicias infinitas por toda la eternidad.
¡Qué fin tan horrible el de los malos!
¡Por un momento de placer, los malos se
acarrean una eternidad de penas las más espantosas!
¡Qué fin tan dichoso el de los buenos!
¡Por un momento de trabajo, los buenos ganan
una eternidad de gloria infinita!
fuente: Instrucción Religiosa Pbro. Galo Moret (1931)
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