jueves, 18 de abril de 2013

Ven Espíritu Santo






VII. Por qué ciertas obras maravillosas, aunque comunes a las tres Personas, se atribuyen al Espíritu Santo.
132. Además de esto convendrá enseñar que hay algunos efectos maravillosos y magnifícentísimos dones del Espíritu Santo, que nacen y manan de él como de una perenne fuente de bondad. Pues aunque las obras de la Santísima Trinidad que se realizan fuera de ella sean comunes a las tres Personas, con todo muchas de ellas se atribuyen al Espíritu Santo como propias, para que entendamos que nos vienen de la inmensa caridad de Dios.
 Porque como el Espíritu Santo procede de la divina voluntad inflamada de amor, bien se deja comprender que los efectos atribuidos al Espíritu Santo, nacen del sumo amor de Dios para con nosotros. Y de aquí proviene llamarse don el Espíritu Santo; porque el vocablo de don significa aquello que benigna y graciosamente se da sin esperanza alguna de recompensa. Por lo tanto debemos reconocer con un corazón piadoso y agradecido, que todos los bienes y beneficios que hemos recibido de Dios (y ¿qué tenemos, como dice el Apóstol, que no hayamos recibido de él?) nos son concedidos por mera gracia y bondad del Espíritu Santo.  

VIII. Cuáles y cuántos son los dones del Espíritu Santo.
133. Estos efectos son muchos; porque omitiendo ahora la creación del mundo, y la propagación y gobierno de las cosas criadas de que hicimos mención en el primer artículo, poco antes se ha declarado que la comunicación de la vida espiritual a nuestras almas conviene propiamente al Espíritu Santo, y se confirma con el testimonio de Ezequiel que dice: “Os daré mi Espíritu y viviréis”. Pero quien cuenta los principales y más propios efectos del Espíritu Santo, es el Profeta, diciendo que son: el espíritu de sabiduría y de entendimiento, el espíritu de consejo y fortaleza, el espíritu de ciencia y piedad, y el espíritu del temor de Dios, y estos se llaman dones del Espíritu Santo, bien que algunas veces se les atribuye el nombre mismo del Espíritu Santo. Por lo cual sabiamente advierte San Agustín, que cuando en las santas Escrituras se hace mención de esta voz, Espíritu Santo, se ha de mirar y discernir si significa la tercera Persona de la Trinidad, o sus efectos y operaciones, porque no con menor distancia se distinguen entre sí estas dos cosas, cuanto creemos distar el Criador de las criaturas.
Y tanto más cuidadosamente se han de explicar estos dones del Espíritu Santo, cuanto de ellos sacamos las reglas de la vida cristiana, y por ellos podemos conocer si el Espíritu Santo está en nosotros. Mas el don que sobre todos los demás, aunque magnifientísimos, se ha de encarecer es, aquella gracia que nos hace justos y nos marca con el sello del Espíritu Santo, que se nos había prometido, el cual es prenda de nuestra herencia. Porque ésta gracia es la que une nuestra alma con Dios en un estrechísimo lazo de amor, el cual hace que encendidos en un ardentísimo deseo de la virtud, comencemos nueva vida, y que hechos participantes de la naturaleza divina, nos llamemos y verdaderamente seamos hijos de Dios.
fuente: Catecismo Romano de Trento

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