martes, 8 de octubre de 2013

Oraciones para asistir a la Santa Misa

Muchas personas creen erróneamente que si  no saben latín, no pueden participar de la Misa, (se sobreentiende el rito tradicional) o no les va a aprovechar como quisieran. ¡Qué lejos de la verdad! Aquí unas oraciones para seguir la Misa y aprovechar devotamente y lo mejor posible el Santo Sacrificio y apartar para sí la mayor cantidad de gracias y bendiciones posibles.
 
Principio de la Misa.
   En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.   Amén.
   En vuestro santo nombre, oh adorable Trinidad, para rendiros el culto, adoración y honra que Os son debidos, asisto a este santo y augusto Sacrificio.
   Permitidme, divino Salvador, que una mi intención a la del ministro de vuestro altar para que pueda ofrecer la preciosa Víctima de mi salud, y dadme los sentimientos de que hubiera debido estar poseído en el Calvario, si hubiera asistido al Sacrificio sangriento de vuestra Pasión y de vuestra Muerte.
Confíteor.
     Lleno de rubor delante de Vos me acuso, Dios mío, de todos los pecados que he cometido.   Yo los detesto en presencia de María, la más pura de todas las Vírgenes, y la más Santa de todos los Santos, y la más glorificada entre todos los bienaventurados del Cielo: porque he pecado con pensamientos, palabras, acciones y omisiones, por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa.   Por lo cual ruego a la Santísima Virgen y a todos los Santos se dignen interceder por mí.
   Señor, escuchad favorablemente mi súplica y concededme la indulgencia y el perdón de todos mis pecados.
Kyrie, eléison.
   Divino Creador de nuestras almas, no desechéis la obra de vuestras manos.   Padre misericordioso, tened compasión de vuestros hijos.
   Autor de nuestra salud, sacrificado por nuestro amor, aplicadnos los méritos de vuestra muerte y de vuestra preciosa Sangre.
   ¡Amable Salvador, dulce Jesús, compadeceos de nuestras miserias, perdonad nuestras iniquidades!
 
Gloria in excélsis.
  Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.   Señor, os alabamos, os bendecimos, os adoramos, os glorificamos, y os damos gracias.
   Señor Dios, Rey de lo Cielos, Dios Padre omnipotente; Señor, Hijo unigénito Jesucristo; Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, que borráis los pecados del mundo, tened piedad de nosotros; Vos que quitáis los pecados del mundo, recibid benignamente nuestras súplicas: Vos que estáis sentado a la diestra de Dios Padre, tened misericordia de nosotros porque Vos solo sois Santo.   Solo vos sois Señor, solo Vos Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre.   Amén.
 
Oración.
 
   Concedednos, Señor, por la intercesión de la Santísima Virgen y de los Santos, que nosotros honramos, todas las gracias que vuestro ministro os pide para él y para nosotros.   Uniéndome a él, os dirijo la misma súplica por todos aquellos por quienes estoy obligado a pedir, para que a ellos y a mí nos concedáis todos los auxilios que Vos sabéis nos son necesarios, a fin de obtener la vida eterna, en el nombre de Jesucristo.   Amén.
Epístola.
  Mi Dios, Vos me habéis llamado al conocimiento de vuestra santa ley, prefiriéndome a tantos pueblos y naciones que viven en la ignorancia de vuestros sagrados misterios.   Yo acepto con todo mi corazón esta divina ley y escucho con respeto los sagrados oráculos que habéis pronunciado por boca de vuestros Profetas.   Yo los venero con toda la sumisión que es debida a la palabra de un Dios, y miro como inefable dicha el cumplimiento de todos ellos y me someto a los mismos con toda la alegría de mi corazón.
   ¡Que no posea yo, oh Dios mío, un corazón semejante al de vuestros Santos de la antigua Alianza! ¡Que no pueda yo suspirar hacia Vos con el ardor de los Patriarcas y conoceros y reverenciaros como los Profetas, amaros y unirme únicamente a Vos como los Apóstoles!
Evangelio.
   Ya no son, ¡oh mi Dios! Los Profetas ni los Apóstoles, quienes van a instruirme de mis obligaciones.   Es la palabra de vuestro Hijo único, que voy a oír.   Mas ¡ah! ¿de qué me servirá haber creído en vuestra palabra, Señor Jesús, si no obro conforme a mi fe? ¿De qué me servirá, cuando me presente delante de Vos, el haber profesado esta fe, sin el mérito de la caridad y de las buenas obras?
   Yo creo y vivo como si no creyera o cual si creyera en un evangelio contrario al vuestro.   No me juzguéis, oh Dios mío, sobre esta perpetua oposición que existe entre vuestras máximas y mi desdichada conducta.   Yo creo: inspiradme valor y energía para practicar lo mismo que creo.   Todo sea para vuestra gloria.
Credo.
Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, que creó el Cielo y la tierra y todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor nuestro, Jesucristo, Hijo único del Padre, antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de Dios verdadero; que no fue hecho sino engendrado; que es una misma sustancia con el Padre, y por quien todas las cosas han sido  hechas; que bajó de los Cielos para nuestra salvación; que habiendo tomado carne de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, fue hecho hombre; que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato; que padeció, murió y fue puesto en el sepulcro; que resucitó al tercer día según las Escrituras; que subió al Cielo; que está sentado a la diestra del Padre; que vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos, y que su reino no tendrá fin.
   Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dios vivificante, que procede del Padre y del Hijo; que es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo, y que habló por los Profetas.
   Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.
   Confieso un bautismo para la remisión de los pecados; espero la resurrección de los muertos y la vida eterna.   Amén.
Ofertorio.
   Padre eterno e infinitamente Santo, Dios todopoderoso, por indigno que sea yo de comparecer delante de Vos, me atrevo a presentaros esta Hostia por las manos del Sacerdote, con la intención que tuvo Jesucristo mi Salvador, cuando instituyó este Sacrificio y que aun tiene en este momento en que se sacrifica en este altar por mi amor.
   Yo os ofrezco esta Hostia para reconocer vuestro soberano dominio sobre todas las criaturas; os la ofrezco en expiación de mis pecados y en acción de gracias por los beneficios de que me habéis colmado.
   Yo os ofrezco, por fin, Dios mío, este augusto Sacrificio, al objeto de obtener de vuestra infinita bondad, para mí, para mi familia, para mis parientes, para mis bienhechores, mis amigos y enemigos, aquella preciosa e inestimable gracia, que no puede sernos concedida, sino por los méritos de aquél que es Justo por excelencia, y que se hizo Víctima de propiciación por todos los hombres.
   Mas ofreciéndoos esta adorable Víctima, os encomiendo ¡oh Dios mío! A toda la Iglesia católica, a nuestro Santísimo Padre, a nuestro Obispo diocesano, a los que nos gobiernan, y a todos los pueblos de la tierra, que en vos creen, o que pertenecen al gremio de la Santa Iglesia católica.
   Señor, acordaos también de los fieles difuntos, y por consideración a los méritos de vuestro amadísimo Hijo, dadles lugar de refrigerio, de luz y de paz.
   No olvidéis, Dios mío, a vuestros enemigos y los míos: tened piedad de todos los infieles, de los herejes y de todos los pecadores: colmad de bendiciones, os lo pido sinceramente, Dios mío, a aquellos que me persiguen, y perdonadme mis pecados, como yo les perdono de todo corazón, todo el daño que me quisieran ocasionar.   Amén.
Prefacio.
  Este es el feliz momento en que el Rey de los Ángeles y Señor de los Querubines va a presentarse.   Redentor mío, llenad mi pecho de vuestro espíritu, para que mi corazón, desarraigado de la tierra, no piense en otra cosa más que Vos solo.
   ¡Cuánta es mi obligación de alabaros y bendeciros en todo tiempo y en todo lugar, Dios de los Cielos y de la tierra, Señor y Padre infinitamente grande, omnipotente y eterno!
   Nada más justo, ni más provechoso para nosotros, que unirnos a Jesucristo para adoraros continuamente.   Por El todos los espíritus bienaventurados rinden sus alabanzas y adoraciones a vuestra Majestad, y por El todas las virtudes del Cielo, sobrecogidas de respetuosa admiración se unen para glorificaros.   Permitid, oh Señor, que nosotros juntemos nuestras lenguas a las de aquellas sagradas inteligencias, y que, tomando parte en los conciertos celestiales, digamos:
 
Sanctus.
  Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos.   Todo el universo está lleno de su gloria.
   Bendíganle los bienaventurados en el cielo.   Bendito sea el que viene a la tierra, Dios y Señor, como el que le envía.
 
Canon de la Santa Misa.
  Os pedimos encarecidamente en el nombre de Jesucristo vuestro Hijo, ¡oh Padre infinitamente misericordioso! Que tengáis por agradable y bendigáis la ofrenda que Os presentamos, a fin de que Os dignéis conservar, defender y gobernar vuestra santa Iglesia católica con todos los miembros que la componen, el Papa, nuestro Obispo, nuestro Soberano (o nuestro Presidente) y gobernantes, y generalmente todos aquellos que profesan vuestra santa fe.
   Os encomendamos en particular, oh Señor, a aquellos por quienes la justicia, la caridad y el reconocimiento nos imponen el deber de rezar por los mismos; a todos los que estén presentes a este adorable Sacrificio, y singularmente, a N. N.; y finalmente, oh gran Dios, para que nuestros cultos Os sean más agradables, nos unimos a la gloriosísima Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo; a todos los bienaventurados Mártires, y a todos los Santos y Santas del Paraíso celestial y a los Ángeles que rodean el augusto trono de vuestra gloria.
   ¡Venid, Señor Jesús! ¡venid amable Reparador del mundo! A consumar un  misterio que es el compendio de los milagros.   Ya viene el Cordero de Dios, ved ahí a la adorable Víctima, por quien todos los pecados del mundo son borrados.
Elevación.
   Oh Verbo encarnado, divino Jesús, verdadero Dios y  verdadero Hombre: yo creo que estáis aquí presente, Yo Os adoro con humildad profunda, yo Os amo con todo mi corazón y como Vos Os presentáis aquí inmolado por mi amor, yo me consagro enteramente al vuestro.
   Yo adoro esta preciosa Sangre que habéis derramado por todos los hombres, y espero, oh Dios mío, que no la habréis vertido inútilmente por mí: hacedme la merced de que se me apliquen los méritos de esta divina Sangre, tan preciosa que una sola gota vale más que cielos y mundos infinitos.
   Yo os ofrezco la mía, oh Jesús, refugio nuestro, en reconocimiento de aquella infinita caridad que habéis mostrado al verter la vuestra por mi amor.
Continúa el Canon.
  ¿Cuál sería, pues, en adelante, mi maldad y mi ingratitud, si después de haber visto lo que estoy contemplando, volviera a ofenderos?   No, Dios mío, no olvidaré jamás lo que Vos me presentáis en esta augusta ceremonia: los sentimientos de vuestra pasión, la gloria de vuestra resurrección; vuestro Cuerpo todo despedazado por amor a los hombres y vuestra Sangre derramada por nosotros, realmente están presentes en este altar.
   En este precioso momento, oh eterna Majestad, os ofrecemos, por vuestra gracia, verdadera y propiamente la Víctima pura, Santa y sin mancilla que plugo a vuestra inefable bondad regalarnos, y de la cual todas las antiguas víctimas no eran sino figuras.   Sí, gran Dios, podemos con verdad decir que éste es un Sacrificio infinitamente superior al de Abel, de Abraham, de Melquísedec, refiriéndome a la augusta Víctima de vuestro Hijo, objeto de vuestras eternas y especiales complacencias.
   Concedednos, oh Dios mío, que todos los que con la boca o con el corazón participan de esta sagrada Víctima, salgan de este lugar, inflamados y colmados de divinas bendiciones, las cuales se extiendan a las almas de los fieles que murieron en el ósculo del Señor y comunión con la Iglesia, y particularmente de (aquí el nombre por quien se aplica).  Concédeles, Señor, por los méritos de este sacrificio, el término completo de sus penas.
   Dignaos concedernos algún día esta gracia también a nosotros, Padre infinitamente bueno, y hacednos entrar en la amorosa y eterna compañía de los Santos Apóstoles, de los Santos Mártires y de todos los demás bienaventurados, a fin de que con ellos podamos amaros y glorificaros eternamente.
Pater Noster.
   ¡Qué feliz soy soy, oh Dios mío, en teneros por Padre!
   ¡Cuánta es mi dicha al pensar que el Cielo, en que Vos estáis sentado, ha de ser un día mi morada;  que mi alma ha de remontarse sobre este universo, sobre esta bóveda estrellada!
   Glorificado sea vuestro santo nombre por toda la tierra.   Reinad por completo sobre todos los corazones y sobre todas las voluntades.   Conceded a vuestros hijos el alimento del espíritu y del cuerpo.   Nosotros perdonamos de corazón a nuestro enemigos: perdonadnos también, Dios mío; sostenednos en las tentaciones y en los males de esta miserable vida, preservadnos del pecado, el mayor de todos los males.   Amén.
Agnus Dei.
  Cordero de Dios, sacrificado por mí, tened piedad de mí; Víctima adorable de mi redención, salvadme; divino Mediador, obtenedme de vuestro eterno Padre la gracia; dadme vuestra paz amorosa y santa, aquella paz que el mundo no conoce.
Comunión.
   ¡Cuán dulce me sería, amable Salvador, ser contado en el número de aquellos dichosos cristianos, a quienes la pureza de conciencia y una tierna devoción permiten acercarse todos los días a la Mesa de los Ángeles.
   ¡Qué ventaja para mí si yo pudiera en este momento poseeros en mi corazón, rendiros fervorosos obsequios, exponeros mis necesidades y participar de las gracias que concedéis a aquellos que realmente os reciben!   Mas ya que soy tan indigno, suplid, oh Dios mío, la indisposición de mi alma; perdonadme todos mis pecados, yo los detesto porque os desagradan; recibid el sincero anhelo que tengo de unirme a Vos.   Purificadme con vuestra presencia y ponedme en estado de recibiros, hasta que llegue ese feliz día en que espero poseer a mi Dios sacramentado: Os pido encarecidamente, Señor, que me hagáis participante de los frutos que la comunión del Sacerdote debe producir en todo el pueblo fiel, que está aquí presente.   Aumentad mi fe por la virtud inefable de este divino Sacramento, fortificad mi esperanza, acrisolad en mí la caridad, llenad mi corazón de vuestro amor, a fin de que no respire más que a Vos, y no viva más que por Vos.
Ultimas Oraciones.
   Acabáis, oh Dios mío, de sacrificaros por mi salud; yo quiero sacrificarme por vuestra gloria.   Soy vuestra víctima, no me desechéis.   Acepto con todo mi corazón los trabajos que os pluguiere enviarme; los cuales recibo de vuestra mano amorosa, y por ellos os bendigo y glorifico.
   He asistido, Dios de amor, a vuestro divino Sacrificio.
   Vos me habéis colmado de favores, yo huiré con horror de las más insignificantes manchas del pecado, sobre todo de  aquel a que mi inclinación me arrastra con más insistencia.   Yo prometo ser fiel a vuestra ley; estando resuelto a perderlo todo, y a padecer todos los males, antes que quebrantarla.
Bendición.
  Bendecid, ¡Dios mío! Estas santas resoluciones; bendecidnos a todos por mano de vuestro ministro, concediéndonos que los efectos de vuestra bendición queden eternamente en nuestras almas.   En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.   Así sea.
Último Evangelio.
   Verbo divino, Hijo único del Padre, luz del mundo que bajasteis del Cielo para mostrarnos y enseñarnos la senda del Paraíso; no permitáis que yo me parezca a aquel pueblo infiel, que no quiso reconoceros por el divino Mesías: no consintáis que yo caiga en la terrible ceguedad de aquellos infelices que prefieren ser esclavos de Satanás, antes que tener parte de la gloriosa adopción de hijos de Dios, que Vos vinisteis a procurarles.
   Verbo hecho carne, yo os adoro con el más profundo respeto y pongo mi confianza en Vos solo, esperando firmemente que pues Vos sois mi vida, mi salud y mi Dios, y un Dios que se hizo hombre para salvarnos, me concederéis las gracias necesarias para santificarme, a fin de que logre poseeros en el Cielo.    Amén.
Oraciones.
  (Prescritas por S. S. León XIII, para que las recen de rodillas al acabar la Misa el celebrante y los fieles).
   El sacerdote dirá tres veces con el pueblo, el Ave María, y luego Dios te salve, Reina, etc.
   P. Ruega por nos, Santa Madre de Dios.
   R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oremos.
   Oh Dios, nuestro refugio y fortaleza, mirad propicio al pueblo que clama a Vos; y por la intercesión de la gloriosa e inmaculada Virgen María, Madre de Dios, del bienaventurado San José, su esposo, de los bienaventurados Apóstoles San Pedro y San Pablo, y de todos los Santos, escuchad misericordioso y benigno estas súplicas que os hacemos por la conversión de los pecadores, por la libertad y exaltación de la Santa Madre Iglesia.   Por Jesucristo Nuestro Señor.   Amén.
   Oh Arcángel San Miguel, defiéndenos en el combate, sé nuestro amparo contra la malicia y las asechanzas del demonio.  Pedimos humildemente que el Señor le reprima con su poder; y tú, ¡oh Príncipe de la milicia celestial! arroja en el infierno con el poder de Dios a Satanás y a los otros espíritus malignos, que andan por el mundo para la perdición de las almas.   Amén.

   Se dice tres veces:
   Corazón sacratísimo de Jesús.   Tened piedad de nosotros

fuente: Instrucción Religiosa, Pbro. Galo Moret (1931)

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