ARTICULO IX
LA SANTA IGLESIA CATÓLICA
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS.
La palabra Iglesia significa sociedad o congregación.
Iglesia
de Jesucristo es la sociedad visible fundada por N. S. Jesucristo.
La
Iglesia de Jesucristo es militante, purgante y triunfante.
Iglesia
militante: la forman los que están en este mundo.
Iglesia purgante: la forman los que
están en el purgatorio.
Iglesia triunfante:
la forman los que están en el cielo.
Para
llegar a la Iglesia triunfante es necesario pertenecer primero a la Iglesia
militante.
El
noveno artículo del Credo se refiere especialmente a la Iglesia militante.
Jesucristo fundó la Iglesia para que los hombres puedan hallar siempre
en ella todos los medios necesarios para su eterna salvación.
Estos
medios son: la verdadera fe, el sacrificio y los sacramentos; además los mutuos
auxilios espirituales, como la oración, el consejo y el ejemplo.
Para
salvarse es necesario pertenecer de hecho, o a lo menos con el deseo implícito,
a la verdadera iglesia de Jesucristo.
La
Iglesia de Jesucristo es: perpetua e infalible.
Perpetua
significa que ha de durar hasta el fin del mundo.
Infalible
significa que no puede errar.
Jesucristo dijo: Las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella. Yo estaré con vosotros hasta el
fin de los siglos.
El
infierno prevalecería y Jesucristo no estaría siempre con la Iglesia, si ésta
errara o desapareciera.
La
Iglesia Católica.
La
Iglesia Católica es la sociedad de los fieles cuya cabeza es el Papa.
Para
pertenecer a la Iglesia católica es necesario:
1º-
Estar bautizado.
2º-
Creer todas las verdades de la fe.
3º-
Reconocer al Papa como cabeza de la Iglesia.
4º- No
estar excomulgado.
No
pertenecen a la Iglesia Católica:
Los
infieles, herejes, cismáticos, apóstatas y excomulgados.
Infiel
es el que no está bautizado.
Hereje
es el cristiano que niega con pertinacia alguna verdad de la fe.
Cismático es el cristiano que no reconoce al Papa como cabeza de la
Iglesia.
Apóstata es el que niega con acto externo la fe católica que antes
profesaba.
Excomulgado es el cristiano que ha sido privado por la Iglesia de los
bienes espirituales comunes a todos los fieles.
El pecado, si por él no se incurre en la
excomunión, no impide el pertenecer a la Iglesia.
La
verdadera Iglesia de
Jesucristo.
La
verdadera Iglesia militante de Jesucristo es la Iglesia Católica.
La
Iglesia Católica se llama también Romana, porque el Jefe de ella es el Sumo
Pontífice de Roma.
Las
notas o señales por las cuales se reconoce la verdadera Iglesia militante de
Jesucristo son: una, santa, católica y apostólica.
Una:
porque Jesucristo fundó una sola.
Santa: porque Jesucristo es Santo y la
fundó para santificarnos.
Católica:
la palabra católica significa universal; Jesucristo fundó su Iglesia para todos
los hombres hasta el fin del mundo.
Apostólica: Jesucristo confió su propagación y gobierno a
los apóstoles y a sus legítimos sucesores.
Estas
notas o señales las reúne solamente la Iglesia Católica.
La
Iglesia Católica es una: porque siempre ha tenido y tiene en todas partes
una misma fe, unos mismos sacramentos y una misma cabeza.
Es
santa: porque su cabeza, Jesucristo, es el Santo de
los santos, sus sacramentos son santos, su doctrina es santa y hace santos a
los que la practican.
Digan
sus enemigos, si hay en la doctrina católica algo que no dirija al hombre hacia
Dios, fuente de toda santidad.
La
religión católica prescribe una pureza de costumbres admirable.
Esta es
la principal causa porque es tan odiada por los malos.
Sólo
la religión católica tiene santos, esto es, personas de virtudes tan
extraordinarias que el mismo Dios da testimonio de ellas con hechos
sobrenaturales.
Nada
prueba contra la santidad de la Iglesia que haya católicos, y aún ministros del
altar, que observen mala conducta.
La
Santa Iglesia católica condena la mala conducta de toda persona, sea quien
fuere.
El que
es malo, lo es precisamente porque no cumple con lo que prescribe la santa
Iglesia Católica.
Es católica
por razón de la doctrina, del tiempo y del lugar.
Por
razón de la doctrina. La doctrina
de la Iglesia Católica ha sido siempre la misma, sin cambio alguno.
Al
declarar la Iglesia que una verdad es de fe, no establece una nueva doctrina;
solamente obliga en conciencia a creer aquella verdad, como revelada por Dios.
En
materia de disciplina la Iglesia puede cambiar sus leyes según las exigencias
de los tiempos y lugares.
Por
razón del tiempo. La Iglesia
Católica existe desde que la fundó Jesucristo.
El
fundador de la Iglesia Católica es Jesucristo; si hubiera sido otro, sabríamos
quién fue.
Las
demás religiones, que se llaman cristianas, cuentan su existencia desde varios
años y aún siglos después de Jesucristo.
Sabemos
quiénes fueron los fundadores de esas religiones; casi todos fueron católicos
que se rebelaron contra la Santa Madre Iglesia.
El
protestantismo empezó a existir quince siglos después de N. S. Jesucristo.
Afirmar
que el protestantismo es la verdadera religión cristiana es admitir que la
verdadera religión cristiana empezó a existir 1500 años después de N. S.
Jesucristo.
Los
mismos fundadores del protestantismo fueron católicos y después protestantes.
El
protestantismo no fue, pues, fundado por N. S. Jesucristo, y por consiguiente,
no es la verdadera religión cristiana.
Por
razón de los lugares. La
Iglesia católica es para todos los hombres y está extendida en toda la tierra.
La
catolicidad es tan propia de la Iglesia Romana, que en todas partes es
llamada católica, y católicos son llamados sus hijos.
Es
apostólica, porque viene de los apóstoles y tiene la misma doctrina que
ellos enseñaron.
Los
milagros.
Sólo la
Iglesia católica tiene el sello divino que es el milagro.
Milagro
es un hecho sensible, superior a todas las fuerzas y leyes de la naturaleza.
Por
consiguiente, el milagro sólo puede venir de Dios.
N. S.
Jesucristo probó con milagros su divinidad.
También
los muchos milagros habidos a favor de la religión católica prueban que es la
verdadera religión.
Ninguna
otra religión puede citar milagro alguno auténtico en su favor.
El
Papa.
La
Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo, porque en ella está el
Papa.
El
Papa es el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo en la
tierra.
Jesucristo
dijo a San Pedro:
“Tú
eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella”.
“Y a ti
te daré las llaves de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra, ligado
será en los cielos y todo lo que desatares en la tierra será también desatado
en los cielos”. (SAN MATEO,
VXI, 18 y 19).
Con
estas palabras Jesucristo constituye a Pedro cimiento y jefe supremo de su
Iglesia.
La
Iglesia debe existir hasta el fin del mundo; luego las prerrogativas de Pedro
han de pasar a sus sucesores hasta el fin del mundo.
La
Iglesia no puede estar fuera de su cimiento.
El
cimiento de la Iglesia es pedro y sus sucesores.
Luego
donde están Pedro y sus sucesores allí está la Iglesia.
Legítimos
Pastores de
la Iglesia.
Los
legítimos Pastores de la Iglesia son el Papa y los Obispos unidos a él.
El
Papa es el obispo de Roma, sucesor de San Pedro.
Los
Obispos son los sucesores de los Apóstoles.
Jesucristo es el jefe principal o cabeza invisible de la Iglesia. Mas la Iglesia, como sociedad perfecta y
visible, debe tener un jefe visible.
El jefe
visible en toda la Iglesia es el Papa quien representa a Jesucristo en la
tierra.
El
Obispo, con dependencia del Papa, es el jefe de su diócesis.
El
Obispo en la cura de almas se ayuda de los sacerdotes, y principalmente de los
párrocos.
El
Párroco con dependencia del obispo, es el jefe de su parroquia.
La
Iglesia docente.
El Papa
y los Obispos unidos a él, constituyen la Iglesia docente.
La
Iglesia docente ha recibido de Jesucristo la misión de enseñar las
verdades y las leyes divinas a todos los hombres.
Los
hombres reciben solamente de la Iglesia docente el conocimiento pleno
y seguro de todo lo que es necesario saber para vivir cristianamente.
La
Iglesia docente, al enseñarnos las verdades reveladas por Dios, no puede
errar.
El Papa
solo, sin los Obispos, es infalible, cuando, como Maestro de todos los
cristianos, define doctrinas acerca de la fe y costumbres.
En
todas las demás cosas el Papa no es infalible ni impecable.
La
infalibilidad del Papa no consiste en una revelación particular, ni en una
inspiración profética, sino en una asistencia divina que preserva al Papa de
todo error, cuando define las verdades reveladas.
Sin la
autoridad infalible del Jefe de la Iglesia, hubiera sido imposible la unidad de
fe y creencias.
Después
que Jesús subió a los cielos, cada cristiano hubiera entendido la religión de
Jesucristo a su modo, y no se sabría quién tendría la razón.
Todos
vemos la diferencia de opiniones que hay sobre asuntos relativos al orden
natural.
Más
grande sería la diferencia de opiniones en las cosas referentes al orden
sobrenatural.
El
cuerpo y alma de
la Iglesia.
En la
Iglesia de Jesucristo se debe distinguir el cuerpo y el alma.
El
cuerpo de la Iglesia consiste en lo que tiene de visible y externo.
El alma
de la Iglesia consiste en lo interno y espiritual, especialmente en la gracia
de Dios.
Miembros vivos de la Iglesia son todos los fieles que están en gracia de
Dios.
Miembros muertos de la Iglesia son los fieles que están en pecado mortal.
Toda
persona que está en gracia de Dios pertenece al alma de la verdadera Iglesia de
Jesucristo.
Los
fieles católicos que están en pecado mortal pertenecen al cuerpo de la Iglesia
católica, pero no al alma.
Los que
no son católicos externamente, sin culpa suya, por no conocer la religión
católica, pero aman a Dios y le sirven como saben y pueden, tienen la gracia de
Dios, y pertenecen al alma de la Iglesia católica.
Nadie
puede salvarse fuera de la Iglesia católica, esto es, no hay salvación para
quien muere sin pertenecer al alma de la Iglesia católica.
Importancia
del noveno artículo
del Credo.
Este
artículo del Credo es en cierta manera el más importante de todos.
La
autoridad infalible de la Iglesia es la que nos asegura que las Sagradas
Escrituras, el Evangelio y las verdades contenidas en el símbolo mismo, son
reveladas por Dios.
A más,
la Sagrada Escritura puede ser entendida de maneras muy diversas. De ahí la necesidad de que haya una
autoridad infalible que las interprete rectamente.
Creemos
a la Iglesia Católica, porque ella tiene
todos los caracteres necesarios que demuestran su divina institución.
Por
consiguiente, ella es nuestra maestra y guía para que podamos alcanzar la
eterna salvación.
Debemos, pues, obedecer a la Iglesia.
Nuestro
Señor Jesucristo dijo a sus Apóstoles:
“El que
a vosotros oye, a Mí me oye; el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia. El que
no oye a la Iglesia, sea tenido como gentil y publicano”.
La
comunión de los Santos.
La
comunión de los Santos es la comunicación de bienes espirituales entre
los fieles que están en gracia de Dios.
La
palabra comunión significa comunicación.
La
palabra santos significa los fieles que están en gracia de Dios.
Bienes
espirituales son la gracia, oraciones y demás buenas obras.
Los
fieles que están en gracia de Dios son miembros vivos de un mismo cuerpo
místico, del cual es cabeza N. S. Jesucristo.
En un
cuerpo la cabeza deja sentir su influencia en todos los miembros, y los bienes
de uno son bienes de los demás.
La
comunión de los Santos se extiende también a las Iglesias triunfante y
purgante.
Nosotros nos encomendamos a los Santos del cielo y podemos aliviar a las
almas del purgatorio.
Los
Santos del cielo ruegan a Dios por nosotros y por las almas del purgatorio.
Los que
están en pecado mortal participan solamente de los bienes externos del culto y
de las plegarias de los justos para obtener el perdón.
Tesoro
de la Iglesia.
El
tesoro de la Iglesia está formado por la parte propiciatoria, impetratoria
y satisfactoria de las obras buenas hechas por los justos.
Toda
obra buena hecha en gracia de Dios es meritoria, propiciatoria, impetratoria y
satisfactoria.
Meritoria: hace ganar méritos y premios para el cielo.
Propiciatoria: aplaca la divina justicia.
Impetratoria: consigue gracias del Señor.
Satisfactoria: satisface la pena temporal debida por los pecados.
La
parte meritoria es del que practica la obra buena: no se puede ceder.
Las
otras partes se pueden ceder: con ellas se forma el tesoro de la Iglesia.
Mérito
de las obras buenas.
Las
obras buenas por razón del mérito pueden ser vivas, muertas y mortificadas.
Vivas,
son las que se hacen en gracia de Dios.
Mientras dura la gracia de Dios son dignas de mérito y de premio eterno.
Muertas,
son las que se hacen en pecado mortal.
Nunca
tendrán mérito ni premio.
¡Cuán
triste cosa es vivir en pecado mortal!
En tal estado, aunque se hagan obras muy buenas, no se conseguirá por
ellas premio alguno en la eternidad.
No
obstante, cuantas más buenas obras hace un pecador, más fácil es que consiga la
gracia de la conversión.
Mortificadas,
son las obras buenas hechas en gracia de Dios, si sobreviene el pecado mortal.
Mientras
dura el pecado mortal son como muertas; pero, si se recobra la gracia de Dios,
son de nuevo vivas.
Para
que las obras buenas sean meritorias, deben hacerse con la recta intención de
agradar a Dios.
Las
obras buenas no tiene todas el mismo mérito, sino que unas son mucho más
meritorias que otras; y aun puede suceder que una sola tenga más mérito que
muchas otras juntas.
Las
obras buenas pueden ser obligatorias y no obligatorias o supererogatorias.
Obligatorias, son las que están mandadas bajo pena de culpa,
como oír Misa en los días festivos.
Supererogatorias,
las que no son de obligación, como el oír Misa diariamente.
Las
obras buenas más recomendadas por Dios en la Sagrada Escritura son:
1º- la
oración, o sea los actos relativos al culto divino, como la santa Misa, etc.
2º- el
ayuno o las obras de mortificación.
3º- la
limosna, o las obras de caridad y misericordia.
Las
verdaderas riquezas son las obras buenas hechas en gracia de Dios.
La
magnitud del galardón debe excitarnos a practicar muchas buenas obras.
Una
buena obra y el menor acto de virtud es cosa más grande y gloriosa que todas
las hazañas de los más célebres conquistadores, que las negociaciones más
importantes y que la conquista o el gobierno de un imperio.
La fe
nos lo enseña y la razón misma lo convence, porque todo esto no es más que la
gloria de la criatura, mientras que las buenas obras y los actos de virtud
procuran la gloria del Criador.
De aquí
es menester inferir que no hay ninguna comparación, ninguna proporción entre lo
uno y lo otro.
Esta
verdad bien comprendida ¡qué alientos infunde en las almas buenas para
practicar todas aquellas obras que pueden contribuir a la gloria de Dios! ¡Qué
fervor en todos los ejercicios de piedad! ¡Qué desprecio de todo lo que no es
Dios, ni dice relación de su gloria!
Cuando
leo en el Evangelio que no quedará sin premio un vaso de agua fría dado a un
pobre, digo para mi: pues ¿qué será de otras infinitas buenas obras de más
importancia que me son fáciles, si las hago por Dios, el cual me promete en
recompensa un bien infinito por una eternidad?
Pero
despacio estas tres cosas: un bien infinito, una eternidad y una acción de un
instante que tan fácil me es, y quedo sorprendido al ver mi ceguedad: ¿no
debería dedicarme sin tregua a aprovechar cuidadosamente todos los instantes de
mi vida para emplearlos en buenas obras? ¡Un bien infinito por tan poca
cosa!¡Una bienaventuranza eterna por un momento tan breve de trabajo!
Poco
después de haber muerto una persona muy piadosa, se apareció radiante de gloria
a otra, y le dijo:
“Soy sumamente feliz; pero, si algo pudiera
desear, sería el volver a la vida y padecer mucho, a fin de merecer más
gloria”; añadiendo, que quisiera padecer hasta el día del juicio todos los
dolores que había padecido durante su última enfermedad, para lograr solamente
la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María.
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