ARTÍCULO II
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO,
NUESTRO SEÑOR
El
Redentor.
El hombre, por el pecado original, se
hallaba en una condición tristísima.
No podía merecer el cielo, y después de una
vida llena de culpas y miserias hubiera tenido una eternidad de penas.
Mas la infinita misericordia de Dios no
permitió que el hombre caído pereciese.
Cuando Dios echó a Adán y Eva del paraíso
terrenal, prometió un Redentor que había de salvar al género humano, y para
ello envió a su propio hijo.
Era justo que a Dios ofendido por el pecado
se le diera la debida satisfacción.
Mas ninguna pura criatura podía dar
satisfacción proporcionada a la ofensa inferida al Dios de majestad infinita.
Por esto fue necesario que el Redentor fuese
hombre y Dios.
Como hombre, pudo padecer y satisfacer; y
como Dios, pudo dar a esta satisfacción un valor infinito.
De este modo la misericordia y justicia de
Dios quedaron del todo satisfechas.
Todo pecado se perdona por los méritos del
Redentor, haciendo el hombre de su parte lo necesario para la aplicación de
estos méritos.
Los hombres que existieron antes de
Jesucristo, se salvaron por la fe en el Redentor, que había de venir.
Los que han existido después y existirán, se
salvarán creyendo en el Redentor que ha venido.
Mucho perdimos por el pecado original, pero
más ganamos por la Redención.
Con razón canta la Iglesia en el oficio del
Sábado Santo: ¡Oh feliz culpa, que nos mereciste un tal Redentor!
Ventajas
de la Redención.
1ª- Al unirse el Hijo de Dios a la
naturaleza humana, la elevó al grado más sublime.
2ª- Por el bautismo somos hechos miembros
del cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, de la cual Él es cabeza.
3ª- Al ser
bautizados, por los méritos de Jesucristo tenemos más gracia que la que
tuviéramos sin el pecado original.
4ª- El
bautismo borra el pecado original, pero no quita las pasiones, las miserias de
la vida y de la muerte.
Más
estos males se cambian en grandes
bienes, pues son causa de continuas batallas y victorias en esta vida; y, por
consiguiente, de grandes méritos y premios en el cielo.
Estas
batallas y victorias, estos méritos y premios no existieran sin el pecado original.
En
tales batallas, si queremos, podemos vencer siempre; y si en ellas recibimos
alguna herida, tenemos por la Redención medios facilísimos para curarla
inmediatamente.
Si
existiesen descendientes de un Adán inocente, podrían con razón envidiar en
muchas cosas la condición de los descendientes de Adán pecador, redimidos por
Jesucristo.
Hemos
de procurar, pues, aprovecharnos de los tesoros infinitos de la Redención, más
bien que quejarnos de nuestros primeros padres.
fuente: Instrucción Religiosa Pbro. Galo Moret (1931)
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