lunes, 29 de abril de 2013

Año de la Fe: el Credo ( IV )

ARTÍCULO II
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO,
NUESTRO SEÑOR
El Redentor.
   El hombre, por el pecado original, se hallaba en una condición tristísima.
   No podía merecer el cielo, y después de una vida llena de culpas y miserias hubiera tenido una eternidad de penas.
   Mas la infinita misericordia de Dios no permitió que el hombre caído pereciese.
   Cuando Dios echó a Adán y Eva del paraíso terrenal, prometió un Redentor que había de salvar al género humano, y para ello envió a su propio hijo.
   Era justo que a Dios ofendido por el pecado se le diera la debida satisfacción.
   Mas ninguna pura criatura podía dar satisfacción proporcionada a la ofensa inferida al Dios de majestad infinita.
   Por esto fue necesario que el Redentor fuese hombre y Dios.
   Como hombre, pudo padecer y satisfacer; y como Dios, pudo dar a esta satisfacción un valor infinito.
   De este modo la misericordia y justicia de Dios quedaron del todo satisfechas.
   Todo pecado se perdona por los méritos del Redentor, haciendo el hombre de su parte lo necesario para la aplicación de estos méritos.
   Los hombres que existieron antes de Jesucristo, se salvaron por la fe en el Redentor, que había de venir.
   Los que han existido después y existirán, se salvarán creyendo en el Redentor que ha venido.
   Mucho perdimos por el pecado original, pero más ganamos por la Redención.
   Con razón canta la Iglesia en el oficio del Sábado Santo: ¡Oh feliz culpa, que nos mereciste un tal Redentor!
Ventajas de la Redención.
   1ª- Al unirse el Hijo de Dios a la naturaleza humana, la elevó al grado más sublime.
   2ª- Por el bautismo somos hechos miembros del cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, de la cual  Él es cabeza.
   3ª- Al ser  bautizados, por los méritos de Jesucristo tenemos más gracia que la que tuviéramos sin el pecado original.
   4ª- El bautismo borra el pecado original, pero no quita las pasiones, las miserias de la vida y de la muerte.
   Más estos males se cambian en  grandes bienes, pues son causa de continuas batallas y victorias en esta vida; y, por consiguiente, de grandes méritos y premios en el cielo.
   Estas batallas y victorias, estos méritos y premios no existieran sin el pecado original.
   En tales batallas, si queremos, podemos vencer siempre; y si en ellas recibimos alguna herida, tenemos por la Redención medios facilísimos para curarla inmediatamente.
   Si existiesen descendientes de un Adán inocente, podrían con razón envidiar en muchas cosas la condición de los descendientes de Adán pecador, redimidos por Jesucristo.
   Hemos de procurar, pues, aprovecharnos de los tesoros infinitos de la Redención, más bien que quejarnos de nuestros primeros padres.
 
fuente: Instrucción Religiosa Pbro. Galo Moret (1931)

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