La
Creación.
Dios es infinitamente feliz en Sí mismo, no
necesita de nada ni de nadie.
Movido de su bondad infinita, creó en seis
días el cielo, la tierra y todo cuanto ellos contienen.
Crear es sacar las cosas de la nada.
Dios, por su sola voluntad todopoderosa,
creó el mundo.
Los Ángeles.
En el
cielo Dios creó a los Ángeles y los dotó de dones inefables.
Los
Ángeles son espíritus puros; no tienen cuerpo.
Luzbel,
Lucifer, era el más hermoso de todos: mas lleno de soberbia, se rebeló
contra Dios y dijo:
¡No
serviré!
Una tercera parte de los Ángeles acompañó
a Luzbel en su rebelión.
Miguel,
lleno de celo por el honor de Dios, exclamó: “¡Quién como Dios!”.
Luchó contra Luzbel y le venció.
Satanás y los demás Ángeles rebeldes
fueron arrojados al infierno.
Llamamos demonios a los Ángeles rebeldes.
Antes que
los Ángeles pecaran, el infierno no existía.
Dios creó el infierno para castigo de los
demonios y demás pecadores impenitentes.
Los Ángeles buenos en premio de su
fidelidad, fueron confirmados en la gracia y ven claramente a Dios.
Aunque los Ángeles estaban en el cielo, no
veían a Dios; estaban en un lugar de prueba, como estamos ahora nosotros.
Si los Ángeles hubieran visto a Dios, no habrían
pecado.
Dios es
infinitamente bueno y hermoso; quien le ve, no puede dejar de amarle.
La
historia de los Ángeles buenos y malos es para nosotros una lección utilísima
que no debemos olvidar.
Si
servimos a Dios, imitamos a los Ángeles buenos e iremos a gozar con ellos
eternamente en la gloria.
Si
pecamos y no nos arrepentimos, imitamos a los demonios y con ellos iremos a
sufrir eternamente en el infierno.
Los
Ángeles son ministros de Dios.
Todos tenemos un Ángel Custodio, que nos
acompaña y guarda continuamente.
Debemos
tener gran devoción y respeto a nuestro Ángel custodio, procurando evitar el
pecado para no ofender su santa presencia.
Los Ángeles buenos son representados como
niños o jóvenes con alas, para manifestar su hermosura y la rapidez con que se
trasladan de un lugar a otro.
Los demonios son representados en formas
horribles, para manifestar su gran fealdad.
El hombre.
El hombre
es un ser racional compuesto de cuerpo y alma.
El alma es un espíritu inmortal.
El alma
ejerce actos espirituales, como el pensar, querer, etc.; por consiguiente, es
espíritu.
Es inmortal, pues, siendo una substancia
espiritual, simple, no tiene partes en que se pueda descomponer.
Además el alma humana ha sido elevada por
Dios a la vida sobrenatural de la gracia, para gozar eternamente con El en la
gloria.
La fe y la sana razón nos dicen que nuestra
alma no muere con el cuerpo, sino que va a recibir premio o castigo eternos,
según sus obras.
El hombre es libre; puede hacer el bien o el
mal, hacer una cosa o no hacerla; o puede hacer una en vez de otra.
Tenemos libertad para hacer el mal, pero no
el derecho de hacerlo.
Por lo mismo que uno es libre para hacer el
bien o el mal, merece premio o castigo.
El hombre fue la última obra de la creación.
Fue creado a imagen y semejanza de Dios.
Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza”.
El Señor formó del barro el cuerpo del
primer hombre; sopló en su rostro y le infundió el alma racional, dándole así
la vida.
El primer hombre se llamó Adán.
Dios dijo: “no es bueno que el hombre esté
solo: Hagámosle una ayuda semejante a él”.
Estando Adán dormido, Dios le sacó una
costilla; y con ella formó a la mujer y la presentó a Adán, quien la aceptó
por esposa.
La creación del primer hombre y de la
primera mujer en la forma indicada, no es imposible.
Dios, por ser omnipotente, puede sacar las
cosas de la nada; con más razón puede cambiar una cosa en otra.
La primera mujer se llamó Eva.
Todos los hombres descendemos de Adán y Eva.
Adán y
Eva, adornados por Dios con la gracia santificante, moraban en el Edén o
Paraíso terrenal: estaban llenos de felicidad, libres de la muerte y demás
miserias.
Del Paraíso terrenal habrían sido
trasladados al celestial, sin pasar por la muerte, Todo obedecía a la voz del
hombre.
Dios concedió estos dones a Adán y a todos
sus descendientes, con la condición de que Adán no comiera de la fruta del
árbol llamado de la ciencia del bien y del mal.
Esta prohibición tenía por fin probar la
fidelidad de nuestros primeros padres y que demostraran reconocer el supremo
dominio que tiene Dios sobre todas las cosas.
Pecado de
Adán y Eva.
Eva, engañada por el demonio, que se le
presentó en figura de serpiente, comió la fruta prohibida, y comió también
Adán, invitado por Eva.
Por este
pecado Adán y Eva perdieron la gracia de Dios, fueron arrojados del paraíso
terrenal, y quedaron sujetos a todas las miserias de la vida y a la muerte.
Adán y Eva hicieron penitencia y se
salvaron.
El pecado de Adán y Eva se llama original.
Han heredado el pecado original todos los
descendientes de Adán por generación natural, menos María Santísima.
Jesús no
lo pudo tener, porque su persona divina es incapaz de pecado y no procedió de
Adán del mismo modo que los demás hombres.
María no lo tuvo por privilegio
especialísimo, en previsión de que sería la Madre de Dios.
Celebramos este privilegio de María el 8 de
Diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción.
El pecado de Adán acarreó al género humano
la privación de la gracia de Dios, la ignorancia, la inclinación al mal, la
muerte y todas las demás miserias.
Por el pecado original, nosotros, cuando
empezamos a existir no tenemos la gracia de Dios y demás dones, que tuviéramos,
si Adán no hubiera pecado.
El pecado original es voluntario y, por
tanto, culpa de nosotros, sólo porque Adán lo cometió voluntariamente como
cabeza de la humanidad.
Nosotros, al contraer el pecado original, no
pecamos con nuestra propia voluntad; por esto Dios no castiga, sino que
simplemente no premia con el cielo, al que muere con el solo pecado original.
Los hijos de un padre que ha disipado sus
bienes, son pobres; así nos sucede a los descendientes de Adán pecador.
Dios nada debía a Adán y a sus
descendientes.
La gracia original y todos los demás dones
sobrenaturales eran concedidos graciosamente, con la condición de que Adán
cumpliera el precepto divino.
Es, pues, muy justo que los descendientes de
Adán heredemos el pecado original.
fuente: Instrucción Religiosa Pbro. Galo Moret (1931)
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